EL CANTO GREGORIANO A PARTIR DEL CONCILIO VATICANO II
Oscar Valado Domínguez
Artículo publicado en la Revista Pastoral Litúrgica
NOTA: Todos los documentos citados en este artículo se pueden encontrar en la reciente publicación de la Conferencia Episcopal Española titulada: Cantate Domino. Antología de documentos de la Iglesia sobre música desde 1903, 913 pp., ISBN: 978-84-17459-20-8.
INTRODUCCIÓN
Como en tantas otras cuestiones, en la música litúrgica también existen «sensibilidades» y, posiblemente, con respecto al canto gregoriano, sucede exactamente lo mismo. Hay personas que se muestran defensoras de la tradición y, en consecuencia, valoran muy positivamente el uso del canto gregoriano en las celebraciones litúrgicas. Otros, sin embargo, en aras de un espíritu quizás más pastoral, no ven con tanta claridad su uso habitual por la complejidad del repertorio, por el uso del latín y, con tal motivo, valoran más otro tipo de música litúrgica que se adapte a estilos y formas musicales de nuestro tiempo. Hasta aquí, es comprensible e incluso sano entender que no existe un pensamiento único, siempre y cuando se respeten las orientaciones de la iglesia con respecto a la música litúrgica.
El conflicto se introduce cuando después de más de medio siglo algunas personas siguen afirmando categóricamente que «el Concilio Vaticano II suprimió el canto gregoriano». Y lo más doloroso es ver cómo se apela al «espíritu del Concilio» para realizar tan temeraria afirmación. Sobre todo, porque resultaría impropio que el «espíritu» del Concilio contradijese las «palabras», más que meditadas, que los padres conciliares expresaron en sus documentos.
Ante esta realidad, intentaremos resumir en las próximas líneas cuál ha sido el papel del canto gregoriano durante la celebración del Concilio Vaticano II y las medidas que se impulsaron para su conservación.
1. EL GREGORIANO EN LAS CELEBRACIONES DEL CONCILIO
En ocasiones, se afirma que el Concilio fue punto de inflexión para muchas cuestiones, y así es: una nueva visión eclesiológica, una renovación litúrgica, etc. Pero en materia musical fueron pocos los cambios realizados, ya que en esta materia se optó por un continuismo de la doctrina establecida por Pío X en su Motu proprio. En este sentido, solo es necesario releer las Actas del Concilio Vaticano II y observar de qué modo se inauguró este gran acontecimiento eclesial en la Primera sesión pública del 11 de octubre de 1962 presidida por Juan XXIII: «Durante la procesión la Capilla Sixtina y el coro del Pontificio Seminario Mayor Romano (para apoyar el canto gregoriano) interpretó: Credo (gregoriano), Magnificat (gregoriano), Salve Regina (1ª estrofa de Perosi), Ubi caritas (gregoriano), Ave maris stella (2ª estrofa de Perosi), Salve Regina (gregoriano), Veni Sancte Spiritus (gregoriano), Salve Regina (gregoriano), Adoro te devote (gregoriano), Pange lingua (gregoriano), Benedictus dominus (gregoriano). Cuando el Sumo Pontífice entró en la Basílica el coro cantó la antífona Tu es Petrus a 6 voces de Palestrina. Al acercarse al altar se entonó el himno Veni Creator a 6 voces de Bartolucci alternado con el gregoriano. Durante la Misa la Capilla Sixtina cantó la Missam Papae Marcelli de Palestrina».
Se podría pensar que esto sucedió así porque se interpretó durante la inauguración del Concilio y aún no se había realizado las reformas necesarias. Pero ¿qué decir? basta con releer nuevamente las Actas del Concilio y observar que en la misa de clausura celebrada por Pablo VI en la Décima –y última– Sesión pública del 8 de diciembre de 1965 según el Ordo et methodus servanda in concludendo Concilio Oecumenico Vaticano II se describe esto: «Cuando el Sumo Pontífice se dirigía al altar la Capilla Sixtina entonó el Tu es Petrus a 7 voces de Bartolucci y, en modo gregoriano, alternando con todos los presentes, el himno Ave Maris Stella. [...] Después de la antífona de ofertorio en gregoriano la Capilla Sixtina entonó en modo polifónico Tota pulchra es. [...] Cuando el Sumo Pontífice sumió la preciosísima sangre de Cristo todos los presentes entonaron la antífona de comunión en modo gregoriano: Ubi caritas et amor. [...] Antes de la bendición del Sumo Pontífice todos respondían a las aclamaciones cantando Christus vincit, Christus regnat».
Esto no debería sorprender a nadie, porque está en perfecta consonancia con el «espíritu» y la «letra» de la primera constitución que aprobaron los padres conciliares, en este caso, sobre la sagrada liturgia, denominada: Sacrosanctum Concilium.
2. EL GREGORIANO EN LA CONSTITUCIÓN SACROSANCTUM CONCILIUM
Cuando el 4 de diciembre de 1963 se publicó la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre sagrada liturgia, se respiraba un aire de renovación, no de ruptura, como quizás algunos esperaban; por ello no es de extrañar que se privilegiara el uso del canto gregoriano como parte del tesoro sacro-musical de la Iglesia: «La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas» (n. 116).
Además, se destaca que uno de los elementos de universalidad de la liturgia de la Iglesia es el latín, por ello insiste tanto en conservarlo en algunas partes concretas de la Misa aunque esta se celebre en lengua vernácula: «Los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del Ordinario de la Misa [Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei] que les corresponde» (n. 54).
Por último, ante la reforma programada, el Concilio vio necesario actualizar el repertorio gregoriano y adaptarlo a la nueva reforma litúrgica: «Complétese la edición típica de los libros de canto gregoriano; más aún: prepárese una edición más crítica de los libros ya editados después de la reforma de San Pío X. También conviene que se prepare una edición que contenga modos más sencillos, para uso de las iglesias menores» (n. 117).
Este último número citado sería la razón por la que la Iglesia inició un esfuerzo importante por llevar a cabo las nuevas publicaciones del repertorio gregoriano.
3. LOS NUEVOS LIBROS DE CANTO GREGORIANO
A petición del Concilio, serían los monjes de la Abadía de Solesmes (Francia), los que iniciasen la ardua tarea de preparar los nuevos libros de canto gregoriano, sustituyendo el antiguo Liber usualis, que contenía partes de la Misa y del Oficio, por unos propios para la Misa y otros para el Oficio.
En 1967 se publicó el Graduale Simplex. In usum minorum ecclesiarum, el cual contiene una selección del repertorio gregoriano más sencillo, así como nuevas melodías de carácter silábico –lejos de la ornamentación gregoriana– para facilitar el canto de la asamblea del ordinario y del propio de la Misa. En 1975 se publicó la Editio Typica altera actualizada con el calendario litúrgico definitivo de la reforma conciliar. Recientemente, en 2008, se publicó un primer volumen, para Adviento y Navidad, que ha recibido el nombre de: Gregoriano simplex. Accompagnamenti organistici ai canti del Graduale Simplex, pero aún no se han publicado los siguientes volúmenes.
En 1974 se publicó el Graduale Romanum con el repertorio oficial en gregoriano para la Misa. Poco después se publicó también con acompañamiento de órgano en varios volúmenes: Graduale Romanum. Comintante organo.
En 1975 se publicó el Graduale Triplex, que contiene exactamente el mismo repertorio que el Graduale Romanum pero añadiendo en la parte superior de la notación cuadrada la notación de Laon, así como la de San Galo –en rojo– en la parte inferior; ambas notaciones adiastemática ayudan al estudio y a la interpretación del canto gregoriano. Recientemente también se ha publicado el Graduale novum I. De dominicis et festis, y el Graduale novum II. De feriis et sanctis. Se trata de una edición crítica actualizada (no oficial) del Graduale Romanum y elaborada por la Asociación Internacional de Estudios de Canto Gregoriano (AISCGre).
Uno de los libros más importantes para la Misa –aunque no contenga música– es el Ordo cantus Missae (1973), el cual contiene la relación completa de lo que se debe cantar en cada parte de la Misa en cada una de las celebraciones del año litúrgico. En 1987 se publicó la Editio Typica altera con el calendario actualizado. Esta publicación tiene su homóloga para la Liturgia de las Horas: Ordo cantus oficci (1983) y su Editio Typica altera de 2015. Para el Oficio también se publicó el Liber Hymnarius, el Antiphonale Romanum (2 vol.) y el Antiphonale Monasticum (3 vol.).
A estas publicaciones oficiales se pueden sumar también otras «no oficiales» editadas por los mismos monjes de Solesmes: el Liber cantualis, una selección de repertorio gregoriano popular. El cual también ha sido publicado con acompañamiento de órgano: Liber cantualis. Comitante organo. Se han publicado otros volúmenes, tanto para la Misa como para el Oficio: Kyriale, Offertoriale, Ordo Missae in cantu, Cantus selecti, Pocessionale Monasticum, Psalterium monasticum, etc. Se puede encontrar el elenco completo en la web de la abadía de Solesmes.
El deseo de Pablo VI para conservar y divulgar el uso del canto gregoriano en la Iglesia era tan profundo que en 1974 en previsión del año santo de 1975 se dirigió a todos los obispos del mundo para hacerles llegar a cada uno personalmente la nueva publicación realizada con un repertorio básico de canto gregoriano para la Misa titulada Iubilate Deo, del cual, posteriormente se haría una grabación. Hoy se puede encontrar en CD Iubilate Deo (CD 1 y CD 2). El prólogo de esta publicación dice así: «El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, a la exhortación de que las lenguas vernáculas tengan un lugar apropiado en las celebraciones litúrgicas, añadió la siguiente advertencia: “Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponden” (Sacrosanctum Concilium, n. 54)».
Es más, Pablo VI, movido por este espíritu, ha expresado en numerosas ocasiones –como veremos en el apartado siguiente– su deseo de que el canto gregoriano acompañe con su dulce melodía las celebraciones eucarísticas del pueblo de Dios, y de que las voces de los fieles resuenen tanto con cantos gregorianos como en las lenguas vernáculas, por ello concluye de este modo la Carta a los obispos: «La presente obra, que ha sido enviada como regalo a todos los obispos, responde a los deseos del Sumo Pontífice. En ella se recogen algunas melodías de las más sencillas, que deberán ser cantadas por los fieles especialmente con ocasión del Año Santo. De esta forma, el Canto Gregoriano seguirá siendo el vínculo que haga de tantas naciones un único pueblo reunido en nombre de Cristo con un corazón, un espíritu y una voz. Pues el movimiento hacia la unidad, simbolizado en la concordia de las voces en diferentes lenguas, ritmos y melodías, manifiesta admirablemente la variada armonía de la única Iglesia. En palabras de San Ambrosio: “Es un gran vínculo de la unidad el que la comunidad de todo el pueblo se armonice en un único coro. Las cuerdas de la cítara son diversas, pero la sinfonía es única. Si el artista se equivoca con frecuencia entre tan pocas cuerdas, el Espíritu artista no se equivoca jamás en el pueblo” (San Ambrosio, Explanationes in psalmos, in ps. 1, 9: PL 14, 925). Que Dios haga que este común deseo se lleve a buen efecto y que el corazón de la Iglesia orante se armonice alegre y profundamente con estos suaves y piadosos cantos en todo el universo». Domingo de Pascua de Resurrección, 14 de abril de 1974.
Por último, Juan Pablo II, favoreció de igual modo este interés por conservar el canto gregoriano realizando una reedición del Iubilate Deo para el Gran Jubileo de 2000 en Roma, el cual fue distribuido masivamente entre los participantes.
4. CONTINUIDAD EN EL MAGISTERIO SOBRE EL CANTO GREGORIANO
Como hemos indicado anteriormente, el Concilio Vaticano II no supuso una ruptura con respecto a la música litúrgica, sino todo lo contrario, ha sido una continuidad con el Magisterio iniciado al respecto por San Pío X (aunque la deriva de estos últimos cincuenta años parezca que lo desmiente). El Magisterio posterior al Concilio Vaticano II ha sido sumamente claro al respecto, por ello nos permitir realizar un breve resumen a continuación.
La Instrucción Musicam Sacram (1967), promulgada por la Sagrada Congregación de Ritos, ubica en un lugar privilegiado el canto gregoriano: «Con el nombre de música sagrada se designa aquí: el canto gregoriano, la polifonía sagrada antigua y moderna, en sus distintos géneros, la música sagrada para órgano y para otros instrumentos admitidos, y el canto sagrado popular, litúrgico y religioso» (n. 4). Por si no quedase claro que ocupa el primer lugar lo reitera en el número 50: «El canto gregoriano, como propio de la liturgia romana, en igualdad de circunstancias ocupará el primer lugar. Empléense oportunamente para ello las melodías que se encuentran en las ediciones típicas».
Para poner en práctica esto, indica la importancia de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos para llevar a cabo esta tarea tan importante en la Iglesia:
«Para conservar el tesoro de la música sagrada y promover debidamente nuevas creaciones, dése mucha importancia a la enseñanza y a la práctica musical en los seminarios, y en los noviciados de religiosos de ambos sexos, así como también en los demás institutos y escuelas católicas, pero, sobre todo, en los institutos superiores especialmente destinados a esto. Debe promoverse, ante todo, el estudio y la práctica del canto gregoriano, ya que, por sus cualidades propias, sigue siendo una base de gran valor para la cultura en música sagrada» (n. 52).
Pablo VI, en un discurso al XI Congreso Internacional de Pueri Cantores el 9 de julio de 1967, anima incluso a los más pequeños de esta manera: «A vosotros, queridos amigos, a vuestras corales, se ha confiado, por una parte, la bella misión de conservar en el pueblo cristiano el uso y el hábito del canto gregoriano, al cual debe añadirse ahora —pero que no deberá nunca reemplazar completamente— el uso del canto en vuestras lenguas maternas».
El 22 de agosto de 1973, con motivo de una audiencia general, Pablo VI elaboró un Decálogo para nuestro coloquio con Dios, en el él, el número 10 reza así: «¡El canto! ¿Cuál es el problema? Ánimo, no es algo incomprensible. Ha nacido una nueva época para la música sagrada. Son muchos los que demandan que se conserve en todos los países el canto en latín y en gregoriano del Gloria, del Sanctus y del Agnus Dei. Dios quiera que esto sea así. Hay que reestudiar cómo».
El 26 de septiembre de 1973, el Secretario de Estado alienta de parte del Santo Padre al Congreso Nacional de Música Sacra de este modo: «Finalmente el vicario de Cristo espera una vez más que el canto gregoriano sea conservado e interpretado en los monasterios, en las casas religiosas y en los seminarios como forma elegida de oración cantada y como elemento de sumo valor cultural y pedagógico. Referente a las numerosas instancias provenientes de tantos lugares con la finalidad de que se conserve en todos los países el canto latino gregoriano del Gloria, del Credo, del Sanctus, del Pater noster, del Agnus Dei, etc. El santo padre renueva la recomendación de que se estudie el modo conveniente para hacer que este deseo se convierta en una realidad y que aquellas antiguas melodías se conserven como la voz de la Iglesia universal y continúen siendo cantadas como expresión y manifestación de la unidad, que impregna el interior de la comunidad eclesial»
En 1979, bajo el pontificado de Juan Pablo II, la Congregación para la Educación Católica publicó la Instrucción In ecclesiasticam futurorum sobre la formación litúrgica en los seminarios, en ella se insta a realizar «una breve historia del canto sagrado, de su origen y de su primer desarrollo; también de la índole del canto gregoriano».
Un año después, el 25 de mayo de 1980, Juan Pablo II se dirige al Arzobispo de Colonia con ocasión del VII Congreso Internacional de Música Sacra indicándole: «Merece, ciertamente, especial mención el canto gregoriano, que por su importancia y valor sigue siendo reconocido, tanto en la práctica cotidiana de la Iglesia como por su magisterio, como cántico propio de la liturgia romana y ligado por estrechos vínculos con la lengua latina». Puntualizando: «La música sacra nueva, que ha de servir para la celebración de la liturgia en las diversas Iglesias, puede y debe ir a buscar su más alta inspiración, la propiedad de lo que es sagrado y el legítimo sentimiento religioso en las melodías precedentes y sobre todo en el canto gregoriano. Con toda razón se ha dicho que el canto gregoriano, en relación con los otros cánticos, es como una estatua comparada con una pintura».
El 21 de septiembre de 1980, en la homilía de la misa con ocasión del centeneraio de la Asociación Italiana Santa Cecilia, Juan Pablo II indica: «La Iglesia ha declarado cuáles son los géneros musicales que poseen con excelencia la predisposición artística y espiritual cónsona con el divino misterio: son el canto gregoriano y la polifonía. En un periodo en el que se ha difundido el aprecio y el gusto por el canto gregoriano, cuya excelencia está universalmente reconocida, es preciso que en los lugares en los que ha surgido se ponga nuevamente en su sitio de honor y se practique, según la medida de la capacidad de cada una de las comunidades litúrgicas, en particular con la recuperación de los pasajes más significativos y de aquellos que, por su facilidad y práctica tradicional, deben llegar a ser los cantos comunes que expresan la unidad y la universalidad de la Iglesia».
En la Carta que dirigió Juan Pablo II a Mons. Domenico Bartolucci, presidente del Comité de la Santa Sede para el Año Europeo de la Música, escribe: «El arte musical se ha mostrado siempre como un eficaz medio de unidad entre los pueblos de distinto origen, lengua, cultura e índole: en el Medievo, el canto gregoriano contribuyó a ampliar y consolidar la unidad de tradiciones espirituales y litúrgicas en el corazón de Europa, con innegables reflejos de unidad social».
En 1985, con motivo de la inauguración de la nueva sede del Pontificio Instituto de Música Sacra, Juan Pablo II exhorta: «las materias fundamentales tradicionales, como el canto gregoriano, el órgano y la polifonía clásica son ámbitos artísticos convertidos en auténticas apologías de la fe y por eso es pura savia vital que ha nutrido desde sus orígenes el desarrollo artístico y espiritual de la cultura musical europea».
Uno de los escritos más relevantes de Juan Pablo II fue la Carta a los artistas, publicada el 4 de abril de 1999, donde también tuvo unas palabras sobre la importancia del gregoriano: «Con sus inspiradas modulaciones el canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los sagrados misterios. Lo “bello” se conjugaba así con lo “verdadero”, para que también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno».
Por otra parte, la Congregación para el Culto Divino, publicó la Instrucción Liturgiam Authenticam (5ª para la aplicación de la Constitución Litúrgica Conciliar). En ella, al hablar de las ediciones de libros litúrgicos en los diferentes idiomas, recuerda: «Cuídese, además, que en las ediciones en lengua vernácula, al menos se mantengan algunos textos en latín, especialmente del inestimable patrimonio del canto gregoriano, que la Iglesia reconoce como propio de la liturgia romana y que, por tanto, en igualdad de condiciones, debe ocupar un puesto principal en las celebraciones litúrgicas. Pues este canto tiene una gran fuerza para elevar el espíritu humano a las realidades sobrenaturales».
El 22 de noviembre de 2003, Juan Pablo II, publica el Quirógrafo sobre la música sacra en el centenario del motu proprio Tra le sollecitudini. En él destaca nuevamente la importancia del canto gregoriano: «Entre las expresiones musicales que responden mejor a las cualidades requeridas por la noción de música sagrada, especialmente de la litúrgica, ocupa un lugar particular el canto gregoriano. El Concilio Vaticano II lo reconoce como «canto propio de la liturgia romana» al que es preciso reservar, en igualdad de condiciones, el primer puesto en las acciones litúrgicas con canto celebradas en lengua latina. San Pío X explicó que la Iglesia lo heredó de los antiguos Padres, lo ha conservado celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos y lo sigue proponiendo a los fieles como suyo, considerándolo como modelo acabado de música sagrada. Por tanto, el canto gregoriano sigue siendo también hoy elemento de unidad en la liturgia romana» (n.7).
Benedicto XVI también nos ha dejado un legado importante sobre el canto gregoriano que se podría resumir en este párrafo de la Carta con ocasión del centenario del Pontificio Instituto de Música Sacra, del 13 de mayo de 2011: «Los pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, a la luz de la constitución Sacrosanctum Concilium, quisieron reafirmar el fin de la música sacra, es decir, «la gloria de Dios y la santificación de los fieles», y los criterios fundamentales de la tradición, que me limito a recordar: el sentido de la oración, de la dignidad y de la belleza; la plena adhesión a los textos y a los gestos litúrgicos; la participación de la asamblea y, por tanto, la legítima adaptación a la cultura local, conservando al mismo tiempo la universalidad del lenguaje; la primacía del canto gregoriano, como modelo supremo de música sacra, y la sabia valoración de las demás formas expresivas, que forman parte del patrimonio histórico-litúrgico de la Iglesia, especialmente, pero no solo, la polifonía; la importancia de la schola cantorum, en particular en las iglesias catedrales. Son criterios importantes, que hay que considerar atentamente también hoy. De hecho, a veces estos elementos, que se encuentran en la Sacrosanctum Concilium, como precisamente el valor del gran patrimonio eclesial de la música sacra o la universalidad que es característica del canto gregoriano, se han considerado expresiones de una concepción que respondía a un pasado que era preciso superar y descuidar, porque limitaba la libertad y la creatividad del individuo y de las comunidades. Pero tenemos que preguntarnos siempre de nuevo: ¿quién es el auténtico sujeto de la liturgia? La respuesta es sencilla: la Iglesia. No es el individuo o el grupo que celebra la liturgia, sino que esta es ante todo acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. La liturgia, y en consecuencia la música sacra, «vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio», teniendo siempre muy presente que estos dos conceptos —que los padres conciliares claramente subrayaban— se integran mutuamente porque «la tradición es una realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso».
El año 2014, ya bajo el pontificado de Francisco, la Congregación para el Culto Divino, publicó la Guía para las grandes celebraciones, en la que se muestra partidaria de conservar el canto gregoriano: «Si el canto, signo de la alegría del corazón, tiene la finalidad de favorecer la unión de los fieles reunidos, adquiere un verdadero sentido sobre todo en las grandes celebraciones donde resulta más difícil expresar la coralidad de la fe, de la oración y de los sentimientos. Teniendo en cuenta las diferentes orientaciones y tradiciones, loables todas ellas, el canto gregoriano, propio de la liturgia romana, conserva inalterado su valor. No se excluyen otros géneros de cantos, siempre y cuando respondan al espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos. La participación de la asamblea en el canto, los coros que la sostienen, un cantor que dirige el canto y el uso de estribillos tienen un papel importante, así como el director del coro, que debe conocer las normas de la disciplina litúrgica. Puede ser útil hacer uso del repertorio Iubilate Deo si no existe un repertorio nacional o diocesano debidamente aprobado. La experiencia aconseja positivamente que todos podamos tener a disposición un libreto para seguir los cantos».
Se observa que todos los pontífices a partir del Concilio Vaticano II muestran una clara continuidad sobre la temática que nos ocupa, sin embargo, la realidad eclesial es completamente otra, porque el canto gregoriano, lejos de ser el que ocupe el primer lugar en las acciones litúrgicas, ha sido relegado al último puesto, o incluso desaparecido en muchas comunidades.
CONCLUSIÓN
A la luz del recorrido realizado, se puede observar que la «letra» y el «espíritu» del Magisterio con respecto al canto gregoriano es el mismo, una sana continuidad, sin embargo, todavía puede haber alguien que afirme que el Concilio Vaticano II suprimió el canto gregoriano.
Todas las manifestaciones de la Iglesia sobre el gregoriano vienen argumentadas desde la fe, la cultura, la historia, el arte, la belleza, el servicio a la liturgia, la consolidación de las diferentes tradiciones, el desarrollo musical de Europa, la unidad entre los pueblos, la unidad social, etc. Argumentos más que suficientes para tener en cuenta el lugar preeminente que la Iglesia da al canto gregoriano.
Pese a las circunstancias adversas, la Iglesia da muestras claras de fidelidad a su propio Magisterio. Cada vez que seguimos una celebración del Santo Padre se lleva a cabo la interpretación del ordinario y el propio de la misa en gregoriano. Además, la oficina para las celebraciones del Romano Pontífice publica en su web puntualmente los libros con los textos y las melodías gregorianas.
A este esfuerzo, sin embargo, se contraponen algunas tareas pendientes desde el Concilio Vaticano II que o no se han llevado a cabo, como la publicación oficial de la Liturgia de las horas en gregoriano; otras que no han llegado a fraguar nunca: la existencia de secretariados de música sacra en todas las diócesis, el canto de las partes del ordinario de la misa en latín; y otras que han caído en desuso estrepitosamente: la formación musical en los seminarios y casas de formación y las schola cantorum.