El canto gregoriano a partir del concilio Vaticano II

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EL CANTO GREGORIANO A PARTIR DEL CONCILIO VATICANO II
Oscar Valado Domínguez

Artículo publicado en la Revista Pastoral Litúrgica

NOTA: Todos los documentos citados en este artículo se pueden encontrar en la reciente publicación de la Conferencia Episcopal Española titulada: Cantate Domino. Antología de documentos de la Iglesia sobre música desde 1903, 913 pp., ISBN: 978-84-17459-20-8.

INTRODUCCIÓN

Como en tantas otras cuestiones, en la música litúrgica también existen «sensibilidades» y, posiblemente, con respecto al canto gregoriano, sucede exactamente lo mismo. Hay personas que se muestran defensoras de la tradición y, en consecuencia, valoran muy positivamente el uso del canto gregoriano en las celebraciones litúrgicas. Otros, sin embargo, en aras de un espíritu quizás más pastoral, no ven con tanta claridad su uso habitual por la complejidad del repertorio, por el uso del latín y, con tal motivo, valoran más otro tipo de música litúrgica que se adapte a estilos y formas musicales de nuestro tiempo. Hasta aquí, es comprensible e incluso sano entender que no existe un pensamiento único, siempre y cuando se respeten las orientaciones de la iglesia con respecto a la música litúrgica. 

El conflicto se introduce cuando después de más de medio siglo algunas personas siguen afirmando categóricamente que «el Concilio Vaticano II suprimió el canto gregoriano». Y lo más doloroso es ver cómo se apela al «espíritu del Concilio» para realizar tan temeraria afirmación. Sobre todo, porque resultaría impropio que el «espíritu» del Concilio contradijese las «palabras», más que meditadas, que los padres conciliares expresaron en sus documentos.

Ante esta realidad, intentaremos resumir en las próximas líneas cuál ha sido el papel del canto gregoriano durante la celebración del Concilio Vaticano II y las medidas que se impulsaron para su conservación.

1. EL GREGORIANO EN LAS CELEBRACIONES DEL CONCILIO

En ocasiones, se afirma que el Concilio fue punto de inflexión para muchas cuestiones, y así es: una nueva visión eclesiológica, una renovación litúrgica, etc. Pero en materia musical fueron pocos los cambios realizados, ya que en esta materia se optó por un continuismo de la doctrina establecida por Pío X en su Motu proprio. En este sentido, solo es necesario releer las Actas del Concilio Vaticano II y observar de qué modo se inauguró este gran acontecimiento eclesial en la Primera sesión pública del 11 de octubre de 1962 presidida por Juan XXIII: «Durante la procesión la Capilla Sixtina y el coro del Pontificio Seminario Mayor Romano (para apoyar el canto gregoriano) interpretó: Credo (gregoriano), Magnificat (gregoriano), Salve Regina (1ª estrofa de Perosi), Ubi caritas (gregoriano), Ave maris stella (2ª estrofa de Perosi), Salve Regina (gregoriano), Veni Sancte Spiritus (gregoriano), Salve Regina (gregoriano), Adoro te devote (gregoriano), Pange lingua (gregoriano), Benedictus dominus (gregoriano). Cuando el Sumo Pontífice entró en la Basílica el coro cantó la antífona Tu es Petrus a 6 voces de Palestrina. Al acercarse al altar se entonó el himno Veni Creator a 6 voces de Bartolucci alternado con el gregoriano. Durante la Misa la Capilla Sixtina cantó la Missam Papae Marcelli de Palestrina».
 
Se podría pensar que esto sucedió así porque se interpretó durante la inauguración del Concilio y aún no se había realizado las reformas necesarias. Pero ¿qué decir? basta con releer nuevamente las Actas del Concilio y observar que en la misa de clausura celebrada por Pablo VI en la Décima –y última– Sesión pública del 8 de diciembre de 1965 según el Ordo et methodus servanda in concludendo Concilio Oecumenico Vaticano II se describe esto: «Cuando el Sumo Pontífice se dirigía al altar la Capilla Sixtina entonó el Tu es Petrus a 7 voces de Bartolucci y, en modo gregoriano, alternando con todos los presentes, el himno Ave Maris Stella. [...] Después de la antífona de ofertorio en gregoriano la Capilla Sixtina entonó en modo polifónico Tota pulchra es. [...] Cuando el Sumo Pontífice sumió la preciosísima sangre de Cristo todos los presentes entonaron la antífona de comunión en modo gregoriano: Ubi caritas et amor. [...] Antes de la bendición del Sumo Pontífice todos respondían a las aclamaciones cantando Christus vincit, Christus regnat».

Esto no debería sorprender a nadie, porque está en perfecta consonancia con el «espíritu» y la «letra» de la primera constitución que aprobaron los padres conciliares, en este caso, sobre la sagrada liturgia, denominada: Sacrosanctum Concilium.

2. EL GREGORIANO EN LA CONSTITUCIÓN SACROSANCTUM CONCILIUM

Cuando el 4 de diciembre de 1963 se publicó la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre sagrada liturgia, se respiraba un aire de renovación, no de ruptura, como quizás algunos esperaban; por ello no es de extrañar que se privilegiara el uso del canto gregoriano como parte del tesoro sacro-musical de la Iglesia: «La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas» (n. 116). 

Además, se destaca que uno de los elementos de universalidad de la liturgia de la Iglesia es el latín, por ello insiste tanto en conservarlo en algunas partes concretas de la Misa aunque esta se celebre en lengua vernácula: «Los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del Ordinario de la Misa [Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei] que les corresponde» (n. 54). 

Por último, ante la reforma programada, el Concilio vio necesario actualizar el repertorio gregoriano y adaptarlo a la nueva reforma litúrgica: «Complétese la edición típica de los libros de canto gregoriano; más aún: prepárese una edición más crítica de los libros ya editados después de la reforma de San Pío X. También conviene que se prepare una edición que contenga modos más sencillos, para uso de las iglesias menores» (n.  117).

Este último número citado sería la razón por la que la Iglesia inició un esfuerzo importante por llevar a cabo las nuevas publicaciones del repertorio gregoriano. 

3. LOS NUEVOS LIBROS DE CANTO GREGORIANO

A petición del Concilio, serían los monjes de la Abadía de Solesmes (Francia), los que iniciasen la ardua tarea de preparar los nuevos libros de canto gregoriano, sustituyendo el antiguo Liber usualis, que contenía partes de la Misa y del Oficio, por unos propios para la Misa y otros para el Oficio.

En 1967 se publicó el Graduale Simplex. In usum minorum ecclesiarum, el cual contiene una selección del repertorio gregoriano más sencillo, así como nuevas melodías de carácter silábico –lejos de la ornamentación gregoriana– para facilitar el canto de la asamblea del ordinario y del propio de la Misa. En 1975 se publicó la Editio Typica altera actualizada con el calendario litúrgico definitivo de la reforma conciliar. Recientemente, en 2008, se publicó un primer volumen, para Adviento y Navidad, que ha recibido el nombre de: Gregoriano simplex. Accompagnamenti organistici ai canti del Graduale Simplex, pero aún no se han publicado los siguientes volúmenes.

En 1974 se publicó el Graduale Romanum con el repertorio oficial en gregoriano para la Misa. Poco después se publicó también con acompañamiento de órgano en varios volúmenes: Graduale Romanum. Comintante organo.

En 1975 se publicó el Graduale Triplex, que contiene exactamente el mismo repertorio que el Graduale Romanum pero añadiendo en la parte superior de la notación cuadrada la notación de Laon, así como la de San Galo –en rojo– en la parte inferior; ambas notaciones adiastemática ayudan al estudio y a la interpretación del canto gregoriano. Recientemente también se ha publicado el Graduale novum I. De dominicis et festis, y el Graduale novum II. De feriis et sanctis. Se trata de una edición crítica actualizada (no oficial) del Graduale Romanum y elaborada por la Asociación Internacional de Estudios de Canto Gregoriano (AISCGre). 

graduale simplex graduale romanum graduale triplex 
 
Uno de los libros más importantes para la Misa –aunque no contenga música– es el Ordo cantus Missae (1973), el cual contiene la relación completa de lo que se debe cantar en cada parte de la Misa en cada una de las celebraciones del año litúrgico. En 1987 se publicó la Editio Typica altera con el calendario actualizado. Esta publicación tiene su homóloga para la Liturgia de las Horas: Ordo cantus oficci (1983) y su Editio Typica altera de 2015. Para el Oficio también se publicó el Liber Hymnarius, el Antiphonale Romanum (2 vol.) y el Antiphonale Monasticum (3 vol.). 

A estas publicaciones oficiales se pueden sumar también otras «no oficiales» editadas por los mismos monjes de Solesmes: el Liber cantualis, una selección de repertorio gregoriano popular. El cual también ha sido publicado con acompañamiento de órgano: Liber cantualis. Comitante organo. Se han publicado otros volúmenes, tanto para la Misa como para el Oficio: Kyriale, Offertoriale, Ordo Missae in cantu, Cantus selecti, Pocessionale Monasticum, Psalterium monasticum, etc. Se puede encontrar el elenco completo en la web de la abadía de Solesmes.

El deseo de Pablo VI para conservar y divulgar el uso del canto gregoriano en la Iglesia era tan profundo que en 1974 en previsión del año santo de 1975 se dirigió a todos los obispos del mundo para hacerles llegar a cada uno personalmente la nueva publicación realizada con un repertorio básico de canto gregoriano para la Misa titulada Iubilate Deo, del cual, posteriormente se haría una grabación. Hoy se puede encontrar en CD Iubilate Deo (CD 1 y CD 2). El prólogo de esta publicación dice así: «El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, a la exhortación de que las lenguas vernáculas tengan un lugar apropiado en las celebraciones litúrgicas, añadió la siguiente advertencia: “Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponden” (Sacrosanctum Concilium, n. 54)». 

Es más, Pablo VI, movido por este espíritu, ha expresado en numerosas ocasiones –como veremos en el apartado siguiente– su deseo de que el canto gregoriano acompañe con su dulce melodía las celebraciones eucarísticas del pueblo de Dios, y de que las voces de los fieles resuenen tanto con cantos gregorianos como en las lenguas vernáculas, por ello concluye de este modo la Carta a los obispos: «La presente obra, que ha sido enviada como regalo a todos los obispos, responde a los deseos del Sumo Pontífice. En ella se recogen algunas melodías de las más sencillas, que deberán ser cantadas por los fieles especialmente con ocasión del Año Santo. De esta forma, el Canto Gregoriano seguirá siendo el vínculo que haga de tantas naciones un único pueblo reunido en nombre de Cristo con un corazón, un espíritu y una voz. Pues el movimiento hacia la unidad, simbolizado en la concordia de las voces en diferentes lenguas, ritmos y melodías, manifiesta admirablemente la variada armonía de la única Iglesia. En palabras de San Ambrosio: “Es un gran vínculo de la unidad el que la comunidad de todo el pueblo se armonice en un único coro. Las cuerdas de la cítara son diversas, pero la sinfonía es única. Si el artista se equivoca con frecuencia entre tan pocas cuerdas, el Espíritu artista no se equivoca jamás en el pueblo” (San Ambrosio, Explanationes in psalmos, in ps. 1, 9: PL 14, 925). Que Dios haga que este común deseo se lleve a buen efecto y que el corazón de la Iglesia orante se armonice alegre y profundamente con estos suaves y piadosos cantos en todo el universo». Domingo de Pascua de Resurrección, 14 de abril de 1974. 
  
Por último, Juan Pablo II, favoreció de igual modo este interés por conservar el canto gregoriano realizando una reedición del Iubilate Deo para el Gran Jubileo de 2000 en Roma, el cual fue distribuido masivamente entre los participantes. 

jubilate deo jubilate deo

4. CONTINUIDAD EN EL MAGISTERIO SOBRE EL CANTO GREGORIANO

Como hemos indicado anteriormente, el Concilio Vaticano II no supuso una ruptura con respecto a la música litúrgica, sino todo lo contrario, ha sido una continuidad con el Magisterio iniciado al respecto por San Pío X (aunque la deriva de estos últimos cincuenta años parezca que lo desmiente). El Magisterio posterior al Concilio Vaticano II ha sido sumamente claro al respecto, por ello nos permitir realizar un breve resumen a continuación. 

La Instrucción Musicam Sacram (1967), promulgada por la Sagrada Congregación de Ritos, ubica en un lugar privilegiado el canto gregoriano: «Con el nombre de música sagrada se designa aquí: el canto gregoriano, la polifonía sagrada antigua y moderna, en sus distintos géneros, la música sagrada para órgano y para otros instrumentos admitidos, y el canto sagrado popular, litúrgico y religioso» (n. 4). Por si no quedase claro que ocupa el primer lugar lo reitera en el número 50: «El canto gregoriano, como propio de la liturgia romana, en igualdad de circunstancias ocupará el primer lugar. Empléense oportunamente para ello las melodías que se encuentran en las ediciones típicas».

Para poner en práctica esto, indica la importancia de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos para llevar a cabo esta tarea tan importante en la Iglesia: 

«Para conservar el tesoro de la música sagrada y promover debidamente nuevas creaciones, dése mucha importancia a la enseñanza y a la práctica musical en los seminarios, y en los noviciados de religiosos de ambos sexos, así como también en los demás institutos y escuelas católicas, pero, sobre todo, en los institutos superiores especialmente destinados a esto. Debe promoverse, ante todo, el estudio y la práctica del canto gregoriano, ya que, por sus cualidades propias, sigue siendo una base de gran valor para la cultura en música sagrada» (n. 52). 

Pablo VI, en un discurso al XI Congreso Internacional de Pueri Cantores el 9 de julio de 1967, anima incluso a los más pequeños de esta manera: «A vosotros, queridos amigos, a vuestras corales, se ha confiado, por una parte, la bella misión de conservar en el pueblo cristiano el uso y el hábito del canto gregoriano, al cual debe añadirse ahora —pero que no deberá nunca reemplazar completamente— el uso del canto en vuestras lenguas maternas».

El 22 de agosto de 1973, con motivo de una audiencia general, Pablo VI elaboró un Decálogo para nuestro coloquio con Dios, en el él, el número 10 reza así: «¡El canto! ¿Cuál es el problema? Ánimo, no es algo incomprensible. Ha nacido una nueva época para la música sagrada. Son muchos los que demandan que se conserve en todos los países el canto en latín y en gregoriano del Gloria, del Sanctus y del Agnus Dei. Dios quiera que esto sea así. Hay que reestudiar cómo».

El 26 de septiembre de 1973, el Secretario de Estado alienta de parte del Santo Padre al Congreso Nacional de Música Sacra de este modo: «Finalmente el vicario de Cristo espera una vez más que el canto gregoriano sea conservado e interpretado en los monasterios, en las casas religiosas y en los seminarios como forma elegida de oración cantada y como elemento de sumo valor cultural y pedagógico. Referente a las numerosas instancias provenientes de tantos lugares con la finalidad de que se conserve en todos los países el canto latino gregoriano del Gloria, del Credo, del Sanctus, del Pater noster, del Agnus Dei, etc. El santo padre renueva la recomendación de que se estudie el modo conveniente para hacer que este deseo se convierta en una realidad y que aquellas antiguas melodías se conserven como la voz de la Iglesia universal y continúen siendo cantadas como expresión y manifestación de la unidad, que impregna el interior de la comunidad eclesial»

En 1979, bajo el pontificado de Juan Pablo II, la Congregación para la Educación Católica publicó la Instrucción In ecclesiasticam futurorum sobre la formación litúrgica en los seminarios, en ella se insta a realizar «una breve historia del canto sagrado, de su origen y de su primer desarrollo; también de la índole del canto gregoriano».

Un año después, el 25 de mayo de 1980, Juan Pablo II se dirige al Arzobispo de Colonia con ocasión del VII Congreso Internacional de Música Sacra indicándole: «Merece, ciertamente, especial mención el canto gregoriano, que por su importancia y valor sigue siendo reconocido, tanto en la práctica cotidiana de la Iglesia como por su magisterio, como cántico propio de la liturgia romana y ligado por estrechos vínculos con la lengua latina». Puntualizando: «La música sacra nueva, que ha de servir para la celebración de la liturgia en las diversas Iglesias, puede y debe ir a buscar su más alta inspiración, la propiedad de lo que es sagrado y el legítimo sentimiento religioso en las melodías precedentes y sobre todo en el canto gregoriano. Con toda razón se ha dicho que el canto gregoriano, en relación con los otros cánticos, es como una estatua comparada con una pintura».

El 21 de septiembre de 1980, en la homilía de la misa con ocasión del centeneraio de la Asociación Italiana Santa Cecilia, Juan Pablo II indica: «La Iglesia ha declarado cuáles son los géneros musicales que poseen con excelencia la predisposición artística y espiritual cónsona con el divino misterio: son el canto gregoriano y la polifonía. En un periodo en el que se ha difundido el aprecio y el gusto por el canto gregoriano, cuya excelencia está universalmente reconocida, es preciso que en los lugares en los que ha surgido se ponga nuevamente en su sitio de honor y se practique, según la medida de la capacidad de cada una de las comunidades litúrgicas, en particular con la recuperación de los pasajes más significativos y de aquellos que, por su facilidad y práctica tradicional, deben llegar a ser los cantos comunes que expresan la unidad y la universalidad de la Iglesia».

En la Carta que dirigió Juan Pablo II a Mons. Domenico Bartolucci, presidente del Comité de la Santa Sede para el Año Europeo de la Música, escribe: «El arte musical se ha mostrado siempre como un eficaz medio de unidad entre los pueblos de distinto origen, lengua, cultura e índole: en el Medievo, el canto gregoriano contribuyó a ampliar y consolidar la unidad de tradiciones espirituales y litúrgicas en el corazón de Europa, con innegables reflejos de unidad social».

En 1985, con motivo de la inauguración de la nueva sede del Pontificio Instituto de Música Sacra, Juan Pablo II exhorta: «las materias fundamentales tradicionales, como el canto gregoriano, el órgano y la polifonía clásica son ámbitos artísticos convertidos en auténticas apologías de la fe y por eso es pura savia vital que ha nutrido desde sus orígenes el desarrollo artístico y espiritual de la cultura musical europea».

Uno de los escritos más relevantes de Juan Pablo II fue la Carta a los artistas, publicada el 4 de abril de 1999, donde también tuvo unas palabras sobre la importancia del gregoriano: «Con sus inspiradas modulaciones el canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los sagrados misterios. Lo “bello” se conjugaba así con lo “verdadero”, para que también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno».

Por otra parte, la Congregación para el Culto Divino, publicó la Instrucción Liturgiam Authenticam (5ª para la aplicación de la Constitución Litúrgica Conciliar). En ella, al hablar de las ediciones de libros litúrgicos en los diferentes idiomas, recuerda: «Cuídese, además, que en las ediciones en lengua vernácula, al menos se mantengan algunos textos en latín, especialmente del inestimable patrimonio del canto gregoriano, que la Iglesia reconoce como propio de la liturgia romana y que, por tanto, en igualdad de condiciones, debe ocupar un puesto principal en las celebraciones litúrgicas. Pues este canto tiene una gran fuerza para elevar el espíritu humano a las realidades sobrenaturales».

El 22 de noviembre de 2003, Juan Pablo II, publica el Quirógrafo sobre la música sacra en el centenario del motu proprio Tra le sollecitudini. En él destaca nuevamente la importancia del canto gregoriano: «Entre las expresiones musicales que responden mejor a las cualidades requeridas por la noción de música sagrada, especialmente de la litúrgica, ocupa un lugar particular el canto gregoriano. El Concilio Vaticano II lo reconoce como «canto propio de la liturgia romana» al que es preciso reservar, en igualdad de condiciones, el primer puesto en las acciones litúrgicas con canto celebradas en lengua latina. San Pío X explicó que la Iglesia lo heredó de los antiguos Padres, lo ha conservado celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos y lo sigue proponiendo a los fieles como suyo, considerándolo como modelo acabado de música sagrada. Por tanto, el canto gregoriano sigue siendo también hoy elemento de unidad en la liturgia romana» (n.7).

Benedicto XVI también nos ha dejado un legado importante sobre el canto gregoriano que se podría resumir en este párrafo de la Carta con ocasión del centenario del Pontificio Instituto de Música Sacra, del 13 de mayo de 2011: «Los pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, a la luz de la constitución Sacrosanctum Concilium, quisieron reafirmar el fin de la música sacra, es decir, «la gloria de Dios y la santificación de los fieles», y los criterios fundamentales de la tradición, que me limito a recordar: el sentido de la oración, de la dignidad y de la belleza; la plena adhesión a los textos y a los gestos litúrgicos; la participación de la asamblea y, por tanto, la legítima adaptación a la cultura local, conservando al mismo tiempo la universalidad del lenguaje; la primacía del canto gregoriano, como modelo supremo de música sacra, y la sabia valoración de las demás formas expresivas, que forman parte del patrimonio histórico-litúrgico de la Iglesia, especialmente, pero no solo, la polifonía; la importancia de la schola cantorum, en particular en las iglesias catedrales. Son criterios importantes, que hay que considerar atentamente también hoy. De hecho, a veces estos elementos, que se encuentran en la Sacrosanctum Concilium, como precisamente el valor del gran patrimonio eclesial de la música sacra o la universalidad que es característica del canto gregoriano, se han considerado expresiones de una concepción que respondía a un pasado que era preciso superar y descuidar, porque limitaba la libertad y la creatividad del individuo y de las comunidades. Pero tenemos que preguntarnos siempre de nuevo: ¿quién es el auténtico sujeto de la liturgia? La respuesta es sencilla: la Iglesia. No es el individuo o el grupo que celebra la liturgia, sino que esta es ante todo acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. La liturgia, y en consecuencia la música sacra, «vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio», teniendo siempre muy presente que estos dos conceptos —que los padres conciliares claramente subrayaban— se integran mutuamente porque «la tradición es una realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso».

El año 2014, ya bajo el pontificado de Francisco, la Congregación para el Culto Divino, publicó la Guía para las grandes celebraciones, en la que se muestra partidaria de conservar el canto gregoriano: «Si el canto, signo de la alegría del corazón, tiene la finalidad de favorecer la unión de los fieles reunidos, adquiere un verdadero sentido sobre todo en las grandes celebraciones donde resulta más difícil expresar la coralidad de la fe, de la oración y de los sentimientos. Teniendo en cuenta las diferentes orientaciones y tradiciones, loables todas ellas, el canto gregoriano, propio de la liturgia romana, conserva inalterado su valor. No se excluyen otros géneros de cantos, siempre y cuando respondan al espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos. La participación de la asamblea en el canto, los coros que la sostienen, un cantor que dirige el canto y el uso de estribillos tienen un papel importante, así como el director del coro, que debe conocer las normas de la disciplina litúrgica. Puede ser útil hacer uso del repertorio Iubilate Deo si no existe un repertorio nacional o diocesano debidamente aprobado. La experiencia aconseja positivamente que todos podamos tener a disposición un libreto para seguir los cantos».

Se observa que todos los pontífices a partir del Concilio Vaticano II muestran una clara continuidad sobre la temática que nos ocupa, sin embargo, la realidad eclesial es completamente otra, porque el canto gregoriano, lejos de ser el que ocupe el primer lugar en las acciones litúrgicas, ha sido relegado al último puesto, o incluso desaparecido en muchas comunidades.


CONCLUSIÓN

A la luz del recorrido realizado, se puede observar que la «letra» y el «espíritu» del Magisterio con respecto al canto gregoriano es el mismo, una sana continuidad, sin embargo, todavía puede haber alguien que afirme que el Concilio Vaticano II suprimió el canto gregoriano.

Todas las manifestaciones de la Iglesia sobre el gregoriano vienen argumentadas desde la fe, la cultura, la historia, el arte, la belleza, el servicio a la liturgia, la consolidación de las diferentes tradiciones, el desarrollo musical de Europa, la unidad entre los pueblos, la unidad social, etc. Argumentos más que suficientes para tener en cuenta el lugar preeminente que la Iglesia da al canto gregoriano.

Pese a las circunstancias adversas, la Iglesia da muestras claras de fidelidad a su propio Magisterio. Cada vez que seguimos una celebración del Santo Padre se lleva a cabo la interpretación del ordinario y el propio de la misa en gregoriano. Además, la oficina para las celebraciones del Romano Pontífice publica en su web puntualmente los libros con los textos y las melodías gregorianas.

A este esfuerzo, sin embargo, se contraponen algunas tareas pendientes desde el Concilio Vaticano II que o no se han llevado a cabo, como la publicación oficial de la Liturgia de las horas en gregoriano; otras que no han llegado a fraguar nunca: la existencia de secretariados de música sacra en todas las diócesis, el canto de las partes del ordinario de la misa en latín; y otras que han caído en desuso estrepitosamente: la formación musical en los seminarios y casas de formación y las schola cantorum.
 




Sagrado Corazón de Jesús


Desde los primeros siglos del cristianismos se ha tenido devoción al corazón herido de Jesús. En san Agustín,  san Ambrosio, san Juan Crisóstomo encontramos textos que se refieren a la sagrada llaga del costado de Jesús, a la sangre y agua que brotaron de su corazón, de donde recibimos los sacramentos. Siglos más tarde se siguen encontrando  numerosas referencias al Corazón y las llagas de Cristo: San Bernardo de Claraval, Santa Clara, San Buenaventura, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Sales, Santa Juana de Chantal, etc.


Sin embargo, la devoción al Corazón de Jesús como la conocemos hoy tiene su origen en las revelaciones místicas que Santa Margarita María Alacoque comenzó a experimentar en Paray-le-Monial (Francia) desde 1673 hasta su muerte en 1690. Se considera que fueron cuatro las principales apariciones que dieron a conocer a la religiosa la trascendencia de la devoción al Sagrado Corazón. La principal fue la que ocurrió el 27 de junio de 1673, en que por primera vez se le apareció el Salvador y le mostró su Corazón rodeado de llamas, circundado de espinas, rematado por una cruz y con la llaga del golpe de la lanza.

Entre los primeros difusores del culto se destacan san Claudio de la Colombière, director espiritual de la Santa, y los Padres Juan Croisset y José de Galliffe, que escribieron los primeros tratados sobre aquella devoción. Desde el principio fue una devoción muy ligada a la Compañía de Jesús aunque otras congregaciones religiosas desde ese tiempo adoptaron la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Estas son las promesas que Jesús hizo a Santa Margarita de Alacoque y por medio de ella a todos los devotos de su Sagrado Corazón:

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.
2. Pondré paz en sus familias.
3. Los consolaré en sus penas.
4. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.
6. Bendeciré las casa en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
7. Los pecadores hallarán en mi corazón misericordia.
8. Las almas tibias se volverán fervorosas.
9. Los almas fervorosas se elevarán a gran perfección.
10. Daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más endurecidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de él.
12. Les prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a todos aquellos que comulgaren por nueve primeros viernes consecutivos, la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento supremo.

     Tres son las condiciones para obtener esta gracia:

1. Recibir la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes de mes de forma consecutiva y sin ninguna interrupción.
2. Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final.
3. Ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se hizo popular después de la muerte de Santa Margarita María en 1690. Sin embargo, debido a que la Iglesia siempre es cuidadosa en aprobar una aparición o devoción privada, la fiesta no se estableció como oficial en toda Francia hasta 1765. Y el 8 de mayo de 1873 la devoción al Sagrado Corazón fue formalmente aprobada por el Papa Pío IX. El 21 de julio de 1899 el papa León XIII recomendó urgentemente que todos los obispos del mundo observaran la fiesta en sus diócesis.

En España el padre Bernardo de Hoyos S.J. (1711-1735) fue el principal apóstol de la devoción al Sagrado Corazón, el cual recibió la revelación de la Gran Promesa: Reinaré en España, y con más veneración que entras muchas partes.

Durante el siglo XX la devoción al Corazón de Jesús se extendió mucho más. En España, durante el proceso de beatificación de Bernardo de Hoyos, fue aprobada la construcción de un santuario al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles, lugar donde toda España se consagró al Corazón de Jesús en 1919. Pero tampoco podemos olvidar la construcción del Templo Nacional Expiatorio dedicado al Sagrado Corazón en la colina del Tibidago en Barcelona), al igual que en Italia el Sacro Cuore de Roma o  en Francia el Sacre-Coeur de París. Por otra parte, en Portugal se dieron las apariciones de Fátima (1917), en las que el ángel y la Virgen enseñaron a los niños a rezar y responder a los designios de los Corazones de Jesús y María. En Polonia, Faustina Kowalska (+1938) tiene unas revelaciones místicas en donde Jesús le comunicó que deseaba derramar la misericordia de Su Corazón sobre toda la humanidad.

De este modo y en pocos siglos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se ha extendido por el mundo entero. Es una llamada constante a entregar la vida por el Reino a imitación de Cristo, que nos amó hasta el extremo entregando su propia vida por la salvación del mundo.


Viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS 

Solemnidad

Antífona de entrada           Sal 32, 11. 19
Los proyectos de su Corazón subsisten de edad en edad, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Se dice Gloria.

Oración colecta
DIOS todopoderoso,
concede a quienes,
alegrándonos en el Corazón de tu Hijo amado,
recordamos los inmensos beneficios de su amor hacia nosotros,
merecer recibir una inagotable abundancia de gracia
de aquella fuente celestial de los dones.
Por nuestro Señor Jesucristo.

     O bien:

OH, Dios, que en el Corazón de tu Hijo,
herido por nuestros pecados,
te has dignado regalamos misericordiosamente
infinitos tesoros de amor,
te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad,
manifestemos también una conveniente reparación.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Se dice Credo.
Oración sobre las ofrendas
MIRA, Señor, el inefable amor
del Corazón de tu Hijo predilecto
 para que los dones que te presentamos
sean ofrenda aceptable a ti y expiación de nuestras culpas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


PREFACIO DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

EL INMENSO AMOR DE CRISTO

EN verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

El cual, con amor admirable, se entregó por nosotros
y, elevado sobre la cruz,
hizo que de la herida de su costado
brotaran, con el agua y la sangre,
los sacramentos de la Iglesia,
para que así,
acercándose al Corazón abierto del Salvador,
todos puedan beber siempre con gozo
de las fuentes de la salvación.

Por eso,
con los santos
y con todos los ángeles,
te glorificamos diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo... 




Antífona de comunión          Cf. Jn 7, 37-38
Dice el Señor: «El que tenga sed que venga a mí, y que beba el que cree en mí: de sus entrañas manarán ríos de agua viva».

O bien:          Jn 19, 34
Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

Oración después de la comunión
SEÑOR, que el sacramento de la caridad
encienda en nosotros el fuego del amor santo
por el que, cautivados siempre por tu Hijo,
aprendamos a reconocerle en los hermanos.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.


El tiempo ordinario


La presencia del Señor en el camino de la Iglesia



A. Origen y significado.

El tiempo ordinario tiene su origen en el domingo, en la celebración de la "Pascua" que se repetía semana tras semanas (cf. Hch 20,7). Poco a poco se han ido incorporando en la liturgia de la Iglesia los diferentes tiempos fuertes que hacen hincapié en algún misterio concreto de  Cristo (Navidad o Pascua) o nos sirven como preparación de estos (Adviento y Cuaresma). Sin embargo, el Tiempo Ordinario o más propiamente el tiempo durante el añoes el periodo del  año litúrgico más largo. En él se desarrolla el misterio pascual de un modo progresivo y profundo, quizás con mayor naturalidad aún que en otros tiempos litúrgicos cuyo contenido está, a veces, demasiado polarizado por una temática muy concreta. Para la mistagogia de los bautizados y confirmados que acuden cada domingo a celebrar la eucaristía, el tiempo ordinario significa un programa continuado de penetración en el misterio de salvación siguiendo la existencia humana de Jesús a través de los evangelios, contenido principal y esencial de la celebración litúrgica de la iglesia.

El valor del tiempo ordinario consiste en formar con sus treinta y cuatro semanas un continuo celebrativo a partir del episodio del bautismo del Señor, para recorrer paso a paso la vida de la salvación revelada en la existencia de Jesús. Cada domingo tiene valor propio. Se convierte así en un camino cotidiano y sencillo en el que aprendemos de Jesús y compartimos con él las pequeñas cosas de nuestra propia vida.

B.    Características y peculiaridades de este tiempo.
            El tiempo ordinario se divide en dos partes:
            1ª) Desde la Fiesta del Bautismo del Señor hasta el Miércoles de Ceniza
            2ª) Desde Pentecostés hasta el I Domingo de Adviento
           
Esto supone que de las 52 semanas del año, 34 discurren en el tiempo ordinario. Y de estas, 6 en la primera parte y 28 en la segunda. Pero más allá de los número debemos destacar la conexión del Tiempo Ordinario con los primeros pasos de las comunidades cristianas que se reunían cada semana para compartir la palabra y el pan; es decir, no se celebran grandes acontecimientos sino la cotidianidad de alimentarse con la Palabra y con el Cuerpo de Cristo.

En este sentido, el Evangelio proclamado en cada celebración dominical durante el tiempo ordinario se convierte en el punto de referencia; no porque en otros tiempos no lo sea, sino porque durante todo el tiempo ordinario se hace una lectura continuada de los evangelios sinópticos: Mateo (ciclo A), Marcos (ciclo B), Lucas (ciclo C). El Evangelio de Juan viene representado con el capítulo 6 en el ciclo B. De este modo vamos leyendo las escenas del evangelio por el orden que el evangelista ha dispuesto; y, así, la cotidianidad de Jesús se hace una con la nuestra.

Otra característica muy visible de este tiempo es el color verde de los ornamentos sagrados; aunque no tiene un origen muy definido podría evocarnos la esperanza, la naturaleza, la paz... 

C.     Fiestas que preceden a los domingos del Tiempo Ordinario.

El ritmo de los domingos del tiempo ordinario es importante mantenerlo; sin embargo, a veces hay fiestas que tienen suficiente entidad como para pasar por delante del ritmo dominical. Por ello hay días que cambiamos el color verde de la cotidianidad por el correspondiente de la fiesta que celebremos, que pueden ser de tres tipos:

1º) La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo (Cristo Rey). El año litúrgico siempre finaliza con esta celebración en el último domingo del tiempo ordinario (XXXIV).
2º) Solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi). Son los domingo consecutivos a Pentecostés.
3º) Fiestas del Señor o de los Santos que se consideran bastante importantes como para celebrarse en lugar del domingo que corresponda: Presentación del Señor (Candelaria), San Juan, San Pedro y San Pablo, Transfiguración del Señor, Asunción de María, Exaltación de la Santa Cruz, Todos los Santos, Fieles Difuntos, Dedicación de la Basílica de Letrán, el Apóstol Santiago o las fiestas del patrón del pueblo o ciudad.

D.    ¿Un repertorio musical para todo el Año?

Numerosas veces podemos escuchar algún comentario por parte de algún director de coro parroquial que insinúa al adentramos en el tiempo ordinario:
            1) Nos "aburrimos" ante la sucesión de domingos cantando los mismo
            2) Nos "agobiamos" porque cada domingo queremos cantar cosas distintas

Esto puede suceder cuando uno no está familiarizado con el amplio repertorio del que disponemos en español y en latín y. En la actualidad, parece que los cancioneros más utilizados son: El Cantoral Litúrgico Nacional (CEE) y el Cantoral de Misa Dominical (CPL), ambos en lengua española, y el Graduale Romanum y el Graduale Simplex que –aún siendo los más completos– no suelen ser muy utilizados, posiblemente por estar estar en latín.

Ante un repertorio tan amplio y variado debemos realizar una correcta administración del mismo. Estos repertorios suelen estar ordenados por el "orden de aparición": Entrada, Señor ten piedad, Gloria, Aleluya... para luego dejar pequeños grupos de cantos por tiempos litúrgicos, fiestas del Señor, etc. Olvidándose de la división principal que nos propone el cantoral oficial de la Iglesia (Graduale): Ordinario (Kyriale, en el que cada misa se corresponde con un tiempo litúrgico o con fiestas concretas: apóstoles, virgen María, etc.) y Propio (dividiendo los domingo por tiempos litúrgicos y las fiestas y solemnidades cronológicamente). De este modo, nunca se interpretan los mismos cantos en una fiesta y en una misa de diario; dándole a la música un valor mistagógico.

Por otra parte, la lectura continuada de los evangelios en las celebraciones dominicales durante el tiempo ordinario debe notarse también en el canto litúrgico. El canto de comunión, por ejemplo, puede (debe) hacer referencia al contenido del Evangelio; ayudará, sin duda, a fortalecer la unidad entre la liturgia de la Palabra y la liturgia Eucarística; y para ello no puede ayudar conocer las antífonas de comunión propuestas por el Misal Romano para cada misa dominical.

Todo esto no nos debe asustar sino motivarnos a consolidar los criterios necesarios para seleccionar un repertorio apropiado, es más, teniendo criterio litúrgico-musical podremos colaborar para que la comunidad que celebra lo haga con mayor intensidad.




Sobre el Corpus Christi




La fiesta de Corpus Christi se remonta al siglo XIII. Algunos autrores la ubican en Lieja (Bélgica) sobre el año 1242, pero la tradición más arraigada la ubica en Italia; ya que por aquel entonces, el Papa Urbano IV tenía la corte en Orvieto (ciudad situada al Norte de Roma). Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1264 se produjo el famoso "Milagro de Bolsena": un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 septiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés (jueves siguiente a la Transfiguración) y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio. De esta manera se extendió el refrán popular: "Tres jueves al año brillan más que el Sol: Jueves Santo, Corpus Christi y la Ascensión"; aunque en la actualidad, Corpus Christi y la Ascensión se han trasladado al domingo para propiciar que los fieles puedan participar en mayor número. En Galicia, sobre todo, la fiesta del Corpus Christi (el Sacramento, el Santísimo... como se denomina en muchas parroquias) ha sido trasladada a otros domingos para favorecer la asistencia de clero a la solemnidad, ya que se trataba de una Fiesta de 1ª clase.

Según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó los textos para la liturgia de ese día (Misa y Oficio) a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.

Uno de los cinco himnos que santo Tomás compuso (Adoro te devote, Page lingua, Tamtum ergo, Verbum Supernum Prodiens y Lauda Sion salvatorem) lo conservamos en nuestra liturgia actual como secuencia* de la solemnidad de Corpus Christi: Lauda Sion. Es un texto largo, pero de extrema belleza. Se trata de un verdadero tratado teológico (de la época, por supuesto) sobre la Eucaristía. No sólo habla de la debida adoración de la Eucaristía sino que utiliza una forma poética para explicar cuestiones muy relevantes: el fundamento histórico del sacramento (la última cena); la transubstanciación; la alusión directa a las especies que esconden el misterio como "accidentes", no como "sustancia"; la presencia concreta, completa y real de Cristo en las especies, así como en todas las partes de cada; los beneficios de la comunión, etc. Si alguien está interesado en leer con detenimiento el texto original o su traducción al español puede pinchar AQUÍ. Es un texto muy apropiado para meditar (e incluso explicar) durante este día.



* Las "secuencias" son breves poemas de carácter litúrgico (pero no bíblico) que en la Edad Media venían siendo habituales –tanto en forma gregoriana, como en forma polifónica entrado el Renacimiento– estos eran insertos en la Liturgia de la Palabra, después del canto del Aleluya y antes de la proclamación del Evangelio. En el Concilio de Trento, como se había realizado un uso abusivo de este tipo de composiciones en la liturgia (existían cientos de secuencias) se limitó mucho su uso; y después de la reforma del Concilio Vaticano II se limitó a cinco grandes fiestas: Domingo de resurrección (Victimae paschali laudes)Pentecostés (Veni, Sancte Spiritus)Corpus Christi (Lauda, Sion)San Benito (Laeta dies) y la Virgen de los dolores (Stabat Mater).


Oscar Valado



La Santísima Trinidad





En esta imagen se resumen la relaciones entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Se reduce así el misterio de Dios a un sencillo diagrama. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja, podemos conocer algo... pero no se agota ahí. Y si no, que se lo digan a San Agustín.

Existe una tradición medieval que recoge el encuentro sobrenatural entre Agustín y un niño que se identifica en muchas ocasiones con el «niño Jesús». La anécdota es esta: 

San Agustín meditando sobre la Trinidad (Guercino, 1636). Museo del Prado
San Agustín meditando sobre la Trinidad (Guercino, 1636)
Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Observa más de cerca y ve que el niño ha hecho un hoyo en la arena y corre –una y otra vez– hacia el mar para llenar su pequeño cubo de agua y vaciarlo en el pequeño hoyo que había hecho. El niño repite incansablemente, hasta que ya San Agustín, curioso, se acerca al niño y le preguntó: «¿qué haces?» El niño, con toda inocencia y como si fuese obvio lo que hacía, respondió: «Quiero meter la inmesidad del mar en este hoyo que he hecho». Agustín se rió y le dijo: «Pero, eso es imposible». A lo que el niño respondió: «Imposible es lo que hace tú, es intentar comprender el misterio de Dios solo con la razón».

Agustín llegó a escribir «De Trinitate», un libro menos conocido que Las Confesiones o La ciudad de Dios, pero con mayor contenido teológico. Sin embargo, en una clara muestra de humildad, reconoce: En medio de tan múltiples cuestiones como he tratado, y ninguna, lo declaro, con la dignidad que merece la Trinidad suprema e inefable, cuya ciencia confieso es admirable para mí y no la puedo comprender (Cap. XXVII, n. 50).

Y es que cuando hablamos de «misterio», no significa que «no sepamos nada» de Dios, sino que «no lo sabemos todo». Por ello la razón es tan necesaria para vivir nuestra fe. Si queremos mantener viva nuestra fe es importante conocer y estudiar aquello que se nos ha revelado en la Escritura y en la Tradición, así como el testimonio de los santos y de los mártires y la riqueza milenaria de nuestra liturgia. En este caso concreto podemos detenernos en el prefacio propio de la Santísima Trinidad que celebraremos próximamente ¿Se puede decir tanto con tan poco?

PREFACIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

EN verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Que con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo
eres un solo Dios, un solo Señor;
no en la singularidad de una sola Persona,
sino en la Trinidad de una sola naturaleza.

Y lo que creemos de tu gloria
porque tú lo revelaste
lo afirmamos sin diferencia
de tu Hijo y del Espíritu Santo.

De modo que, al proclamar nuestra fe
en la verdadera y eterna Divinidad,
adoramos tres Personas distintas,
de única naturaleza e iguales en dignidad.

A quien alaban los ángeles y los arcángeles,
los querubines y serafines,
que no cesan de aclamarte, diciendo a una sola voz:

Santo, Santo, Santo...






Jesucristo sumo y eterno sacerdote



La fiesta litúrgica de Nuestro Señor Jesucristo, sumo y eterno sacerdote que celebramos el jueves siguiente a la Solemnidad de Pentecostes tiene un origen muy español. A continuación encontrarás unos datos históricos de gran valor recogidos por Ramón de la Campa  para comprender mejor el origen de esta fiestas así como los textos litúrgicos propios de este día y las Letanías de Cristo Sacerdote.

Esta fiesta se concibió como patronal de la Congregación de Oblatas de Cristo Sacerdote, cuyos fundadores fueron José María García Lahiguera, desde el 17 de mayo de 1950 Obispo Auxiliar de Madrid-Alcalá, y María del Carmen Hidalgo de Caviedes, quienes en audiencia con el Venerable Pío XII el 25 de abril de 1950 solicitaron su institución en las casas de la congregación. La Santa Sede, por rescripto de 25 de junio de 1952 la concedió con la categoría de doble de primera clase.

En noviembre de 1954 García Lahiguera pidió a la Junta General de la Congregación de San Pedro Apóstol de presbíteros seculares de Madrid que se adhiriera a la petición que quería elevar a la Santa Sede con vistas a la institución de la festividad litúrgica de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Acogida con entusiasmo la proposición, fue enviada con el visto bueno del Patriarca de las Indias y Obispo de Madrid Leopoldo Eijo Garay. El propio García Lahiguera lo propuso en 1965, durante el Concilio Vaticano II, cuando se trataba el esquema De Sacerdotis, propuesta que fue rubricada por 194 padres conciliares, entre ellos 5 cardenales.

La Congregación de Oblatas de Cristo Sacerdote empezó a trabajar en la elaboración de los textos eucológicos de la fiesta, que fueron aprobados para su uso el 21 de diciembre de 1971 por la sagrada Congregación para el Culto Divino, y quedan a disposición de las diócesis y congregaciones que soliciten dicha memoria.

En abril de 1972 García Lahiguera, entonces Arzobispo de Valencia, envió una carta a los obispos españoles, adjuntándoles los textos de misa y Oficio, para que se adhirieran a la inclusión de esta festividad en el Calendario Nacional como corolario del próximo Congreso Eucarístico Nacional que se iba a celebrar en Valencia.

Propuesta seguidamente a la reunión permanente de la Conferencia Episcopal Española la aprobación de dicha fiesta para el Propio de España, salió adelante en la Asamblea Plenaria del 5 de julio de 1973, fijándose para el jueves posterior a Pentecostés. El Presidente envió a Roma las correspondientes preces y por rescripto nº 1087/73 de 22 de agosto de 1973 la Sagrada Congregación para el Culto Divino aprobó su inserción en el Calendario Litúrgico Nacional de España con sus textos propios. Se celebró por primera vez en España entera el 6 de junio de 1974. Estos son los textos:

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO,
SUMO Y ETERNO SACERDOTE

Fiesta

Antífona de entrada          Hb 7, 24
Cristo, mediador de una nueva alianza, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

Se dice Gloria.

Oración colecta
OH, Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano
constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote,
concede, por la acción del Espíritu Santo,
a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios
la gracia de ser fieles
en el cumplimiento del ministerio recibido.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
JESUCRISTO, nuestro Mediador,
te haga aceptables estos dones, Señor,
y nos presente juntamente con él
como ofrenda agradable a tus ojos.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Prefacio I de las ordenaciones

ESACERDOCIO DE CRISTO Y EL MINISTERIO DE LOS SACERDOTES

Este prefacio se dice en la misa crismal y en la misa de la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote.



V/.   El Señor esté con vosotros. R/.
V/.   Levantemos el corazón. R/.
V/.   Demos gracias al Señor, nuestro Dios. R/.

EN verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Que constituiste a tu Unigénito
pontífice de la alianza nueva y eterna
por la unción del Espíritu Santo,
y determinaste, en tu designio salvífico,
perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.

Él no solo confiere el honor del sacerdocio real
a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano,
elige a hombres de este pueblo,
para que, por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión.

Ellos renuevan en nombre de Cristo
el sacrificio de la redención,
preparan a tus hijos el banquete pascual,
preceden a tu pueblo santo en el amor,
lo alimentan con tu palabra
y lo fortalecen con los sacramentos.

Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti
y por la salvación de los hermanos,
van configurándose a Cristo,
y han de darte testimonio constante de fidelidad y amor.

Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría,
te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:

Santo, Santo, Santo es el Señor...

Antífona de comunión          Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo, dice el Señor.

Oración después de la comunión
LA eucaristía que hemos ofrecido y recibido,
nos dé la vida, Señor,
para que, unidos a ti en caridad perpetua,
demos frutos que siempre permanezcan.
Por Jesucristo nuestro Señor.


Letanías de Cristo Sacerdote


El Papa Juan Pablo II presentó en su 50º aniversario de sacerdocio estas letanías, llenas de contenido bíblico, que solían cantarse en el Seminario de Cracovia, especialmente en la Vigilia que tenía lugar la víspera de cada ordenación sacerdotal. El Papa expresó la profunda impresión que suponía para los seminaristas la oración a Cristo Sacerdote y Víctima, con el cual se iban a identificar mediante la ordenación y cuya oblación iban a compartir en el ejercicio de su ministerio. Las invocaciones están basadas en la carta a los Hebreos, y las peticiones transmiten el anhelo por la santidad de los Ministros ordenados.


Si quieres escuchar las Letanías de Cristo Sacerdote pincha AQUÍ.
Si quieres la partitura de las Letanías de Cristo Sacerdote pincha AQUÍ.
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