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Liturgia de difuntos

En este mes de noviembre muchas parroquias celebrarán novenas de difuntos en torno a la conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre). Esta piadosa tradición y obra de misericordia nos prepara para celebrar con toda la Iglesia universal el día dedicado a orar por las almas de todos los que nos precedieron con el signo de la fe y duermen ya en la esperanza de la resurrección; de tal modo que el día de difuntos sólo se puede celebrar la misa exequial, no cabe ninguna otra conmemoración.
Pero al hablar de la misa exequial, podemos extender nuestro artículo de hoy a todas las celebraciones exequiales que habitualmente tenemos en nuestras parroquias y comunidades a lo largo del año.
Las exequias cristianas celebran y expresan la íntima relación de la muerte del cristiano con la muerte y sepultura de Cristo, como paso a su resurrección y esperanza nuestra; y según el Ritual de exequias, este tipo de celebraciones pueden realizarse de tres formas: a) La Primera forma prevé tres "estaciones": en la casa del difunto (o tanatorio), en la iglesia y en el cementerio; b) la segunda forma considera sólo dos "estaciones": en la capilla del cementerio y junto al sepulcro; c) la tercera forma considera una sola "estación": en la casa del difunto.
Sin duda, en nuestras parroquias, lo más habitual es la primera fórmula, es decir, la que comprende tres "estaciones", esto implica que la celebración de exequias no comienza en la iglesia, sino en la casa del difunto (o sala del tanatorio), continuando en la iglesia (donde se deberían omitir los ritos iniciales, excepto los propios) y, finalmente, en el cementerio.
En este sentido, si existe procesión desde la casa del difunto a la iglesia se debe cantar el salmo 113, alusivo al tránsito de Israel hacia la tierra prometida. Aunque teniendo en cuenta que cada vez son menos las procesiones entre la casa del difunto y la iglesia, utilizaremos este salmo cuando la procesión se limite a la entrada del féretro en la iglesia; aunque también podemos utilizar el Requiem æternam, una traducción (Dale el descanso eterno), o incluso otro canto apropiado. En este momento, colocado el cadáver ante el altar, el que preside puede encender el cirio pascual mientras se interpreta un canto alusivo a Cristo, luz de los creyentes (por ejemplo: ¡Oh, luz gozosa!). La celebración sigue como de costumbre con la liturgia de la palabra y la liturgia eucarísticas (si se celebra). Solo al final, mientras el sacerdote asperge con agua bendita e inciensa el cadáver se canta Subvenite (Venid en su ayuda, santos de Dios) u otro canto apropiado. Después se saca el cuerpo hasta la puerta de la iglesia cantando la venerable antífona In paradisum (Al paraíso te lleven los ángeles). Durante la procesión al cementerio o justo antes de dar sepultura al cadáver se puede cantar el salmo 117 (Dad gracias al Señor porque es bueno), ya que es uno de los salmos más importantes de la celebración de la muerte cristiana por su claro sentido pascual.
Estas orientaciones básicas nos dan las claves necesarias para comprender, una vez más, que la música en la liturgia no es un "adorno", sino que forma parte de la misma liturgia, con tal motivo, está terminantemente prohibido interpretar música ajena a la propia liturgia, ni aún cuando ésta sea instrumental como, por ejemplo, Negra sombra u otro tipo de cantos o melodías completamente profanas que ni de lejos expresan la fe de un bautizado en el seno de la Iglesia Católica.
Al hilo de esta cuestión debemos recordar que la celebración de las exequias cristianas están reservadas a los bautizados en la Iglesia Católica, dejando sólo dos excepciones: los niños que sus padres deseaban bautizar, pero murieron antes del bautismo; y los adscritos a una Iglesia no católica, con tal de que no conste la voluntad contraria de su comunidad y no pueda celebrar su ministro propio. De este modo quedarían excluidos los no bautizados y los apóstatas.
Por último, el ritual nos recuerda que, aún prefiriendo la costumbre de sepultar los cuerpos,  se puede conceder las exequias cristianas a quienes han elegido la cremación su cadáver, a no ser que conste que dicha cremación fue elegida por motivos contrarios al sentido cristiano de la vida. Las cenizas deben ser depositadas en un lugar adecuado donde los familiares y amigos, según la tradición cristiana, puedan hacer memoria del difunto; esparcirlos o tirarlos al mar no es una práctica que apruebe la Iglesia porque aunque sean restos mortales, han sido templo del Espíritu Santo y se les debe reservar un lugar para su memoria. 
A la luz de estas indicaciones que nos hace la Iglesia podemos valorar que la muerte debe ser el momento gozoso en el que un cristiano sale al encuentro del Padre. 
Oscar Valado

Rito para la entrada del nuevo párroco

Comienza el nuevo curso y con él también llegan los cambios. En nuestras iglesias diocesanas estos meses son meses de novedades, sobre todo para algunos sacerdotes que son enviados a ejercer su ministerio a otras comunidades o, por desgracia, se les aumenta el número de parroquias que ya tienen por la falta de vocaciones. Sea la circunstancia que sea, este acontecimiento, el nombramiento de un nuevo PÁRROCO, supone una celebración de "entrada del nuevo párroco" de la cual ninguna parroquia debería ser privada (tampoco el sacerdote), sobre todo por su carácter catequético.

La entrada de un nuevo párroco en la parroquia es un acontecimiento de singular importancia para la comunidad local, que recibe al que ha de ser su pastor propio bajo la autoridad del Obispo, de cuyo ministerio participa, para cumplir las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación de otros presbíteros y diáconos y con la ayuda de los fieles laicos.

Para esta celebración –y otras– el Secretariado Nacional de Liturgia elaboró en 1986 este "Subsidia liturgica" que resulta de interés general. Según el ritual, la entrada de un nuevo párroco debe hacerse el día y hora más convenientes para la participación de los fieles. La introducción del nuevo párroco la hace el Obispo o su delegado. La entrada tiene lugar juntamente con la Misa. En ella encontraremos una serie de ritos específicos:

En la Liturgia de la Palabra el Evangelio debe ser proclamado por el nuevo párroco y si es el Obispo el que preside, el sacerdote le pide la bendición y el Obispo pronuncia estas palabras mientras le entrega el Evangeliario: Recibe el Evangelio de Cristo, del cual fuiste constituido mensajero; anuncia su mensaje de salvación con deseo de enseñar y con toda paciencia, por medio de la catequesis y de la homilía, ayudando a tus hermanos a conformar su vida con la Palabra de Dios. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Después de la homilía, que debe versar sobre el ministerio del párroco, puede tener lugar la renovación de las promesas de la ordenación; pero lo más significativo es la entrega al nuevo párroco de los lugares en los que ha de desempeñar su ministerio: la sede presidencial, la capilla del Santísimo Sacramento, el baptisterio y la sede penitencial (confesionario). Incluso el Obispo –o su delegado– puede invitar al párroco a que abra la puerta del sagrario e inciense el Santísimo. También puede ser incensada la fuente bautismal. Y, si puede hacerse cómodamente, el párroco hará sonar las campanas. Mientras tanto, un monitor puede referirse a cada uno de los lugares o, sencillamente, se interpreta un canto apropiado.

En la Liturgia Eucarística, terminada la distribución de la comunión y guardado el Sacramento en el sagrario, el Obispo entrega al párroco la llave de éste diciendo: Recibe la llave del sagrario. Conserva con todo cuidado el pan eucarístico, para llevarlo a los enfermos y moribundos, a los ancianos y a cuantos no pueden tomar parte en la Eucaristía. Procura también que tus fieles se dediquen a la adoración eucarística, y cuida de que esta luz permanezca siempre ardiendo para señalar la presencia del Señor.

Al finalizar la celebración, si se cree oportuno, el párroco, acompañado del Obispo y del pueblo, se puede dirigir al cementerio para orar por los difuntos.



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