Comienza el nuevo curso y con él también llegan los cambios. En nuestras iglesias diocesanas estos meses son meses de novedades, sobre todo para algunos sacerdotes que son enviados a ejercer su ministerio a otras comunidades o, por desgracia, se les aumenta el número de parroquias que ya tienen por la falta de vocaciones. Sea la circunstancia que sea, este acontecimiento, el nombramiento de un nuevo PÁRROCO, supone una celebración de "entrada del nuevo párroco" de la cual ninguna parroquia debería ser privada (tampoco el sacerdote), sobre todo por su carácter catequético.
La entrada de un nuevo párroco en la parroquia es un acontecimiento de singular importancia para la comunidad local, que recibe al que ha de ser su pastor propio bajo la autoridad del Obispo, de cuyo ministerio participa, para cumplir las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación de otros presbíteros y diáconos y con la ayuda de los fieles laicos.
Para esta celebración –y otras– el Secretariado Nacional de Liturgia elaboró en 1986 este "Subsidia liturgica" que resulta de interés general. Según el ritual, la entrada de un nuevo párroco debe hacerse el día y hora más convenientes para la participación de los fieles. La introducción del nuevo párroco la hace el Obispo o su delegado. La entrada tiene lugar juntamente con la Misa. En ella encontraremos una serie de ritos específicos:
En la Liturgia de la Palabra el Evangelio debe ser proclamado por el nuevo párroco y si es el Obispo el que preside, el sacerdote le pide la bendición y el Obispo pronuncia estas palabras mientras le entrega el Evangeliario: Recibe el Evangelio de Cristo, del cual fuiste constituido mensajero; anuncia su mensaje de salvación con deseo de enseñar y con toda paciencia, por medio de la catequesis y de la homilía, ayudando a tus hermanos a conformar su vida con la Palabra de Dios. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Después de la homilía, que debe versar sobre el ministerio del párroco, puede tener lugar la renovación de las promesas de la ordenación; pero lo más significativo es la entrega al nuevo párroco de los lugares en los que ha de desempeñar su ministerio: la sede presidencial, la capilla del Santísimo Sacramento, el baptisterio y la sede penitencial (confesionario). Incluso el Obispo –o su delegado– puede invitar al párroco a que abra la puerta del sagrario e inciense el Santísimo. También puede ser incensada la fuente bautismal. Y, si puede hacerse cómodamente, el párroco hará sonar las campanas. Mientras tanto, un monitor puede referirse a cada uno de los lugares o, sencillamente, se interpreta un canto apropiado.
En la Liturgia Eucarística, terminada la distribución de la comunión y guardado el Sacramento en el sagrario, el Obispo entrega al párroco la llave de éste diciendo: Recibe la llave del sagrario. Conserva con todo cuidado el pan eucarístico, para llevarlo a los enfermos y moribundos, a los ancianos y a cuantos no pueden tomar parte en la Eucaristía. Procura también que tus fieles se dediquen a la adoración eucarística, y cuida de que esta luz permanezca siempre ardiendo para señalar la presencia del Señor.
Al finalizar la celebración, si se cree oportuno, el párroco, acompañado del Obispo y del pueblo, se puede dirigir al cementerio para orar por los difuntos.
¿Donde consigo este ritual?
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