Ante la pregunta: ¿qué es la Pascua? podríamos responder algo muy sencillo: para nosotros los cristianos es el tiempo en el que celebramos la resurrección de Jesús. Pero profundicemos un poco más.
La palabra PASCUA la hemos heredado de nuestros hermanos mayores los judíos, los cuales también celebran la Pascua, que para ellos es una cena ritual con cordero asado y panes ácimos... en la que hacen memoria de su liberación de la esclavitud de Egipto, tal y como describe el libro del Éxodo. Por esta razón el nombre de Pascua, en hebreo pésaj (פסח), significa "paso", haciendo alusión a que Yahvé pasó de largo por la puerta de los israelitas en el último castigo inflingido a los egipcios... así como el paso por el Mar Rojo, la entrega de la Ley, es decir, el tránsito de la esclavitud a la libertad.
Jesús, como buen judío, celebró la Pascua... pero le dio un nuevo sentido a este acontecimiento. Ahora el "paso", la Pascua, es el propio Cristo, el cordero pascual, que con su muerte y resurrección ofreció el sacrificio definitivo en la Cruz y consiguió la nueva alianza, la reconciliación de Dios con la humanidad y dio origen a un nuevo pueblo, la Iglesia.
A mediados del siglo II las comunidades cristianas, a parte de celebrar el primer día de la semana (domingo) la pascua semanal, es decir, reunirse en nombre del Señor para escuchar la Palabra y partir el pan; también celebraban una vez al año la fiesta de Pascua, convirtiéndose esta en la fiesta más importante del año. Pero ¿por qué la pascua no es siempre en la misma fecha? Esto tiene mucho que ver con la luna... ya que en el siglo IV, durante el concilio de Nicea (325) se determinó que la pascua se celebrase el domingo siguiente a la primera luna llena de Primavera. Por eso puede caer entre el 22 de marzo o el 25 de abril.
Aclarado esto, el tiempo litúrgico de la Pascua da comienzo el Domingo de Resurrección, este domingo se prolonga una semana con la "octava de pascua" (como si fuese un domingo que dura una semana): cantamos el gloria, se puede leer la secuencia pascual, nos despedimos con el doble aleluya... etc. Para continuar la fiesta de la resurrección seis semanas más, hasta el Domingo de Pentecostés, que quiere decir 50 días.
¿Pero por qué 50 días? En primer lugar porque el día que finaliza la Pascua es "Pentecostés", a los 50 días... pero quizás deberíamos pensar primero en el número 7, el cual, en la escritura siempre se ha identificado con la plenitud o la totalidad. 7 son los días que duró la creación, finalizando en sábado, por ello, el octavo día se identifica con la resurrección y también con la nueva creación. En este sentido, la Pascua son 7 semana (7x7), pero la plenitud no llega hasta el día 50 Pentecostés, a través del Espíritu Santo.
Por último, en las celebraciones de Pascua también hay elementos significativos:
1) El color litúrgico en este tiempo para todos los ornamentos es el blanco.
2) El cirio pascual presente y encendido en todas las celebraciones durante la cincuentena.
3) La aspersión con agua bendita en las celebraciones dominicales sustituye al acto penitencial.
4) Se canta nuevamente el Aleluya. E incluso la antífona del salmo puede sustituirse por "aleluya".
5) Las flores vuelven a hacerse visibles después de una austera cuaresma
¿Cuál es el "A-B-C" de la música? es decir, el "DO-RE-MI" ¿Cómo y cuándo comenzamos a llamar a las notas por su nombre? ¿tiene algo que ver con la liturgia?
Tanto para los saben algo de música, como para los que la desconocen, seguro que les resultan familiares los nombres de las notas musicales: DO, RE, MI, FA, SOL, LA y SI. Pues bien, estos nombres tienen su origen en la liturgia, porque provienen de la primera estrofa del antiguo Himno de Vísperas de la natividad de San Juan Bautista atribuido a Pablo el diácono (720-800) monje benedictino de la Abadía de Montecasino.
UT QUEANT LAXIS RESONARE FIBRIS MIRA GESTORUM
para que tus siervos con cuerdas amplias puedan hacer resonar FAMULI TUORUM SOLVE POLLUTI LABII REATUM
lo admirable de tus gestas. Quita del labio impuro la mancha SANCTE IOHANNES
¡Oh, San Juan!
Obviamente, este monje no se imaginaba ni por asomo la repercusión que tendría su himno en la posteridad. Será otro monje Benedictino, Guido d'Arezzo (990-1050), el que dos siglos después, consciente de la dificultad que tenían los monjes para recordar tantos himnos, antífonas, salmos, cánticos, etc., desarrolló nuevas técnicas de enseñanza y memorización estableciendo lineas paralelas sobre las que escribir diferentes signos que indicasen la altura de cada uno de estos signos y así poder ser interpretados por todos los monjes de un mismo modo; para ello, se sirvió del himno compuesto por Pablo el diácono (Ut queant laxis) porque la nota con la que se inicia cada verso corresponde con la escala de DO a LA. Por este sencillo método de aprendizaje para sus monjes, se considera a Guido d'Arezzo padre de la notación musical.
Lo cierto es que el SI se reconocerá como tal en el siglo XVI, pero curiosamente también tomándolo del Himno de Vísperas de San Juan Bautista, más en concreto de las iniciales de Sante Ioannes. Será ya en el siglo XVIII, cuando Giovanni Battista Donni cambie UT por DO; sobre esto los historiadores dicen de todo: unos que lo que indicaba era la primera sílaba de DOminus (Señor), otros que sencillamente porque resultaba mas ágil en el estudio porque acaba en vocal y los mas insidiosos porque era la sílaba inicial de su apellido: Donni.
Sea como fuere, así es como hoy conocemos las notas musicales. Pero no podemos obviar - y aqui va la moraleja de todo este asunto - que esto no se daría jamas sin la entrega generosa de estos monjes a una vida de oración, trabajo y sacrificio. Sin duda, la música esta directamente relacionada con el Misterio de Dios. De esto y mucho más intentare escribir en las próximas entradas.
En nuestra tradición cristiana hemos heredado muchas cosas de nuestros hermanos mayores los judíos, tal y como hemos visto en el post anterior sobre el tiempo de Pascua. Una de esas herencias es mantener en nuestras celebraciones litúrgicas tres palabras en hebreo: amén, hosanna y aleluya. Hoy me detendré en esta última.
La palabra ALELUYA es una aclamación litúrgica que nos une con los judíos ya que aparece en el Antiguo Testamento: en 21 ocasiones en el libro de los Salmos y 1 en Tobías 13,18; también con Jesús, ya que la palabra "aleluya" la encontramos en el Nuevo Testamento, en el libro del Apocalipsis hasta en 4 ocasiones en el contexto de la descripción que san Juan hace de su visión sobre la liturgia celeste (cf. Ap 19,1-6). Por último, esta palabra también nos une a siglos y siglos de fe cristiana en Oriente y Occidente.
Para profundizar en el verdadero sentido de la palabra "aleluya" debemos partir del original hebreo: הללויה. La primera premisa es que el hebreo se lee derecha a izquierda, por ello, lo primero que vemos al inicio es: Hallel, que significa alabar o alabanza.
El Hallel es un grupo determinado de seis salmos (del 113 al 118) que se cantan en la cena ritual de la Pascua Judía, el Pésaj. Este conjunto de salmos reciben este nombre (Hallel) porque todos ellos son una constante alabanza a Dios por todo lo que ha hecho desde la creación. El mismo Jesús cantó estos salmos en su última cena, tal y como lo indican los evangelios de Mateo y Marcos: "Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos" (Mt, 26,30; Mc 14,26). Este "himno" es el Hallel.
El siguiente elemento sería la “U”, que es un imperativo plural de segunda persona, y así ya tendrías: HALLELÚ: alabad; y, finalmente, YAH, que es la abreviatura de YAHVÉ. En definitiva, ALELUYA significa: “alabad a Dios”.
Aunque como acabamos de comprobar el origen apunta a la "alabanza a Dios", esta palabra se ha llegado a identificar también con la alegría, gozo... júbilo; y ya San Agustín decía que cantar con «jubilo» es expresar lo que uno lleva en el corazón y no se puede expresar solo con palabras:
“Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría" (Sal 32,3). Cantar a Dios con maestría consiste en esto: cantar con júbilo. ¿Qué significa cantar con júbilo? Comprender y no saber explicar con palabras lo que canta el corazón. Aquellos que cantan durante la cosecha, o la vendimia, o durante cualquier trabajo intenso, primero advierten el placer provocado por las palabras del canto, pero enseguida, cuando la emoción crece, sienten que no puede expresarla más en palabras y entonces se entregan a la sola modulación de notas. Este canto lo llamamos con «júbilo». El júbilo es cierto cántico o sonido con el cual se significa que el corazón ha dado a luz lo que no puede expresar o decir”. (San Agustín. In Ps. 32, Enar II, Sermo I, 8)
Ese arrobamiento que Agustín denomina «jubilus» pasó a identificarse en el canto gregoriano con los largos melismas que se extienden sobre una sola sílaba, principalmente en el «Aleluya», sobre la sílaba «YA» –curiosamente la abreviatura hebrea del nombre Dios– . Este «júbilo» o «jubilus» significa el canto gratuito, el gozo de cantar a Dios que no se agota en las palabras y en su comprensión, sino que se extiende en el gozo del cantar a su Señor, expresándose en un lenguaje casi trascendental, donde sombran incluso las palabras.
En la Misa el «Aleluya» tiene un lugar privilegiado como aclamación en el momento culmen de la liturgia de la Palabra, justo antes de proclamar el Evangelio. El propio Misal dice que esta aclamación constituye de por sí un rito o un acto (OGMR, n. 37) con el que los fieles acogen y saludan al Señor que va a hablarles. Se podría describir así: todos en pie, se entona el Aleluya, se pone el incienso, el diácono pide la bendición y después, tomando el Evangeliario del altar, va en procesión, con cirios e incienso, hasta el ambón… la mesa de la Palabra, hacia donde todos nosotros dirigimos nuestra mirada porque es el mismo Cristo el que nos va a hablar.
Dicho esto, quizás sea importante recordar algunas cuestiones más prácticas:
1. El Aleluya tiene un profundo significado, el cual se subraya durante el tiempo de Pascua ya desde el inicio: con la entonación solemne en la Vigilia Pascual del Aleluya, justo después de la Epístola; la posibilidad de sustituir la antífona del salmo responsorial por un Aleluya; la despedida del pueblo con el doble Aleluya durante la octava de Pasuca y el día de Pentecostés. Había que incluir un largo etcétera sobre el uso del Aleluya en la Liturgia de las Horas durante el tiempo Pascual.
2. El canto del Aleluya, por su carácter gozoso, consiste precisamente en esto… en cantar repetidamente y con alegría la palabra Aleluya, sin añadir nada más. Así aparece cada día del año (excepto en Cuaresma) en las indicaciones del propio Leccionario: R/. Aleluya, Aleluya, Aleluya.
3. A la aclamación «Aleluya»le sigue el versículo propio del día, el cual, como el Aleluya, si no se canta, es preferible omitirlo (cf. OGMR, n. 63c; OLM, n. 23). Aunque literalmente el texto dice: El Aleluya o el versículo antes del Evangelio, si no se canta, puede omitirse, es obvio que tanto el Aleluya como el versículo deben ser cantados por su propio carácter festivo y porque las 17 veces que se menciona la OGMR (nn. 37, 43, 61, 62, 63, 64, 131, 132, 175, 212, 261) siempre va acompañado por la expresión: se canta..., se entona..., el canto del Aleluya..., ...u otro canto, etc. En definitiva, este momento "constituye de por sí un rito o un acto" (OGMR, n. 37) en el que el salmista o el cantor –después de cantar el Aleluya junto con el coro y la asamblea– ahora entona el versículo a modo de anuncio de lo que los fieles escucharán por boca del diácono o del sacerdote en la proclamación del Evangelio. De ahí que la rúbrica de la OGMR, n. 63c diga finalmente: si no se canta, puede omitirse, porque lo suyo es que se cante y si no se canta es preferible no leerlo porque se desvirtúa el profundo sentido de gozo que tiene esta aclamación, tal y como acabamos de explicar. A eso se le suma que leer el versículo no aportaría nada (al no ser cantado) porque el diácono o el sacerdote, unos segundos después, lo proclamará en el evangelio, ya que normalmente el versículo del Aleluya es eso, un "versículo" del Evangelio que sigue a continuación.
4. El Aleluya se canta durante todo el año litúrgico, excepto en Cuaresma. Es decir, no se limita solo al tiempo de Pascua.
5. En los funerales también se debe cantar el Aleluya –siempre que no sea cuaresma– porque este canto es la expresión gozosa de nuestra fe en Cristo resucitado, el cual ha vencido a la muerte.
En nuestra vida diaria hacemos muchas cosas por rutina, y la "rutina" no es en mala en sí misma, sino que lo malo sería no preguntarnos porqué los hacemos... pues lo mismo sucede con lo que decimos. ¿Te has preguntado alguna vez qué significa la palabra "Amén"? Más allá de la respuesta rápida de "así sea". Pues ahí vamos!
"Amén" es una de esas palabras hebreas que utilizamos con mucha frecuencia, así como el Aleluya, al que ya hemos dedicado una entrada e incluso un vídeo didáctico: ¿Qué significa Aleluya?
La palabra Amén significa literalmente: verdad, y por su raíz tiene relación directa con la palabra fe (ver imagen superior). Aunque por su uso también se ha traducido en muchas ocasiones por: “así es, así sea, que conste”, como una fórmula de confirmación o asentimiento.
En el Antiguo Testamento encontramos la palabra Amén con esta última acepción de "conformidad" en el libro del Deuteronomio (27,15-25) como respuesta a cada una de las 12 maldiciones que caerán sobre los que no cumplan la Ley:
Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o fundido —abominación del Señor, obra de las manos de artífice— y lo coloque en lugar secreto. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desprecie a su padre o a su madre. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien remueva los mojones de su vecino. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desvíe a un ciego en el camino. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien viole el derecho del emigrante, del huérfano y de la viuda. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con la mujer de su padre, porque abre el lecho de su padre. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con cualquier bestia. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con su hermana, hija de su padre o hija de su madre. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con su suegra. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien mate a escondidas a su prójimo. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se deje sobornar para quitar la vida a un inocente. Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien no mantenga las palabras de esta ley para cumplirlas. Y todo el pueblo dirá: Amén.
Otro ejemplo sería el del libro de Tobías (8, 4-8), ya que el Amén brota como respuesta de la oración que hacen Tobías y Sara:
Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: «Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja». Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así: «Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito tu nombre por siempre. Que por siempre te alaben los cielos y todas tus criaturas. Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo. De ellos nació la estirpe humana. Tú dijiste: “No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él”. Al casarme ahora con esta mujer, no lo hago por impuro deseo, | sino con la mejor intención. Ten misericordia de nosotros y haz que lleguemos juntos a la vejez». Los dos dijeron: «Amén, amén».
También en el libro de Judit (13, 18-20) encontramos la expresión Amén del pueblo tras la oración de Ozías:
«Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra. Alabado sea el Señor, el Dios que creó el cielo y la tierra y que te ha guiado hasta cortar la cabeza al jefe de nuestros enemigos. Tu esperanza permanecerá en el corazón de los hombres que recuerdan el poder de Dios por siempre. Que Dios te engrandezca siempre y te dé felicidad, porque has arriesgado tu vida al ver la humillación de nuestro pueblo. Has evitado nuestra ruina y te has portado rectamente ante nuestro Dios». Toda la gente respondió: «¡Amén, amén!».
Esta misma conclusión: «¡Amén, amén!» la encontramos en los salmos 41, 72 y 89.
Por último –en el Antiguo Testamento– encontramos la referencia a la palabra Amén en su sentido más literal: verdad, por ejemplo en el profeta Isaías (65, 15-16):
Dejaréis vuestro nombre a mis elegidos como un juramento: “Que te dé muerte el Señor Dios. Pero a sus siervos los llamará con otro nombre”. Quien sea bendecido en el país, será bendecido por el Dios del Amén, y quien jure en el país, jurará por el Dios del Amén, porque se olvidarán las angustias del pasado y quedarán ocultas a mis ojos».
En el Nuevo Testamento encontramos en numerosísimas ocasiones la palabra Amén. Es significativo su uso en los evangelios: en Mateo 31 ocasiones; Marco en 13; Lucas en 8 y Juan en 50. Es decir, entre los sinóptico y Juan suman más de cien ocasiones en las que Jesús pronuncia las palabras "Amén, amén..." para introducir una afirmación solemne, verdadera, subrayando la autoridad con la pronuncia lo que viene a continuación, que no es otra que la "Verdad" (Dios). Sin embargo, mientras que en griego y en latín se ha conservado la palabra hebrea (amén), en las traducciones al español de la Biblia se ha traducido por "en verdad":
Esta palabra heredada del Antiguo Testamento y, como hemos visto, empleada por Jesús, se introdujo también en la liturgia de la Iglesia primitiva, apareciendo en diversas fórmulas de alabanza a Dios (doxologías) que se encuentran en la Carta a los Romanos (1,25; 9,5; 11,35; 15,33; 16,27) en 2ª Corintios (1,20), Gálatas (1,5; 6,17), Efesios (3,21), Filipenses (4,20), 1ª Timoteo (1,17; 6,16), 2ª Timoteo (4,18), Filemón (1,25), Hebreos (13,21), 1ª Pedro (4,11; 5,11), 2ª Pedro (3,18), Judas (1,25) y por supuesto en la visión de Juan sobre la liturgia celeste en el Apocalipsis (1,6-7; 7,12; 22,20). En todas ellas se confirma y se expresa la confianza en el Señor.
En este último libro de la Biblia, el Apocalipsis (3,14), encontramos también el uso del Amén como nombre proprio que se identifica con Cristo: "Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios".
Por otra parte, en el principal texto del judaísmo rabínico, el Talmud (siglo VI), encontramos que interpretan la palabra Amén como un acróstico que significa: Señor, Rey, en quien confío.
En la actualidad nosotros decimos constantemente Aménen el contexto de numerosas oraciones o aclamaciones uniéndonos con este asentimiento consciente y decidido al final. Sin ir más lejos, en una misa dominical, por ejemplo, respondemos Amén hasta en doce ocasiones:
Saludo inicial
Acto penitencial
Gloria
Oración colecta
Credo
Oración de los fieles
Oración sobre las ofrendas
Doxología
Rito de la paz
Comunión
Oración después de la comunión
Bendición
Pero si tuviésemos que destacar algún "Amén" sobre otro en la celebración, estos serían:
A. Doxología: Después de la gran oración dirigida al Padre que es la Plegaria Eucarística se finaliza con una gran aclamación que –cantada o recitada– es exclusiva del sacerdote que preside y los concelebrantes si los hay, a la cual asiente el pueblo de Dios con un solemne Amén al cual no se suma el sacerdote o sacerdotes concelebrantes (cf. OGMR 236). "Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén", (OGMR 151).
B. Comunión.Este "Amén" en respuesta a "El Cuerpo de Cristo" es un gesto de adoración ante el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, ya que “en la Eucaristía no es que simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la modalidad de la adoración” (Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005).
Para finalizar quizás sea importante recordar que después de la Oración del Señor o Padre nuestro no se dice Amén, ya que el Padre nuestro dentro de la Misa tiene una estructura muy concreta: Invitación / oración (sin amén) / embolismo / doxología: "el sacerdote hace la invitación a la oración del Padre nuestro y todos los fieles, juntamente con el sacerdote, dicen la oración sin decir Amén porque el sacerdote, nuevamente solo, prolonga la Oración del Señor añadiendo el embolismo (líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días...). El embolismo que desarrolla la última petición del Padre nuestro pide con ardor, para toda la comunidad de los fieles, la liberación del poder del mal. A esta petición el pueblo responde concluyendo con la siguiente doxología: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor (cf. OGMR 81). De ahí que lo recomendable es cantar solo el texto de la propia oración como lo indica el Misal y no otros que interrumpe la dinámica propia de este momento añadiendo o quitando elementos en la celebración.
El último número de la Revista Phase recibe el título de "Nuevas perspectivas musicales"; corresponde al número 343, enero-febrero de 2018, y recoge una serie de artículo de gran interés para todos aquellos que se dedican o les preocupa la cuestión litúrgico-musical.
Bibliografía reciente en español – José Antonio Goñi – Cristobal M. Orellana
Dionisio Borobio, Sacramentalidad, sacramentos y mística en santa Teresa de Jesús – María Daniela Biló.
Óscar Valado Domínguez, La música como «porta fidei» en la conversión de Manuel García Morente (1886-1942). Una interpretación teológica a partir de la relectura teológico-musical del «hecho extraordinario» – Ramiro González
En estos días ha salido a la luz el último número de la Revista Pastoral Litúrgica, publicación periódica de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española. Este número 357 (octubre-diciembre, 2017) es prácticamente un monográfico de las Jornadas Nacionales de Liturgia que tuvieron lugar Santander entre los días 17-20 de octubre de 2017.
Yo me atrevería a decir que se trata de un ejemplar casi de consulta obligatoria para todos aquellos que deseen profundizar en el área de la música litúrgica: la reforma litúrgica del Concilio, el gregoriano, la polifonía, el canto religioso popular, el órgano... y temas de clara actualidad pastoral como el animador del canto litúrgico, la música en la celebración de exequias o en el sacramento del Matrimonio.
Si quiere adquirir este número puede solicitarlo escribiendo al correo electrónico: revistas@conferenciaepiscopal.es
Hace pocos años, en el 2004, la Congregación para el culto divino y disciplinas de los sacramentos, publicó la Instrucción Redemptionis Sacramentumen la que se apuntan algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía.
En este contexto se aborda la cuestión de los Ministros Extraordinarios de la Comunión. Quizás denominados así, no todos identifiquen quienes son, pero seguro que todos tenemos en mente a hombres y mujeres que con generosidad prestan un importante servicio al sacerdote responsable de una comunidad parroquial ayudándole a distribuir la comunión en la Santa Misa.
Dicho esto, cabe recordar algunas cuestiones fundamentales que nos recuerda la Instrucción al respecto de dichos ministros con respecto a su labor en la Santa Misa:
"Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando in persona Christi. De donde el nombre de «ministro de la Eucaristía» sólo se refiere, propiamente, al sacerdote. También, en razón de la sagrada Ordenación, los ministros ordinarios de la sagrada Comunión son el Obispo, el presbítero y el diácono, a los que corresponde, por lo tanto, administrar la sagrada Comunión a los fieles laicos, en la celebración de la santa Misa. De esta forma se manifiesta adecuada y plenamente su tarea ministerial en la Iglesia, y se realiza el signo del sacramento" (n. 154).
A la luz de esto, aunque parezca una "obviedad", los ministros solo pueden ayudar al sacerdote a distribuir la comunión cuando las circunstancias lo requieran, por ello son "ministros extraordinarios, y no ordinarios (cf. n. 88). La "extraordinariedad" de la ocasión viene dada por la ausencia del sacerdote o diácono, cuando el sacerdote está impedido por enfermedad, edad avanzada, o por otra verdadera causa, como por ejemplo cuando es tan grande el número de los fieles que se acercan a la Comunión, que la celebración de la Misa se prolongaría demasiado tiempo (cf. 158).
Este servicio no se puede comprender como un ministerio más (lector, salmista...) previsto para asegurar la participación plena de los laicos, sino que, por su naturaleza es suplementario y provisional debido a una necesidad. De ahí que en los lugares donde sean necesarios los ministros extraordinarios deben acrecentarse las peticiones para que el Señor suscite abundantes vocaciones a las sagradas órdenes (cf. n. 151). Además, "no es lícito a los laicos que ejerzan este ministerio asumir las funciones o las vestiduras del diácono o del sacerdote" (n. 153); tampoco que los ministros ordinarios, a pesar de estar en la celebración, se abstengan de distribuir la comunión, encomendando esta tarea a los laicos (cf. n. 157).
Por último, este documento añade que corresponde al Obispo diocesano dar las directrices particulares en cuanto a la designación y formación de estos ministros (cf. n. 160); de ahí que en nuestra diócesis de Santiago de Compostela se publicase en el año 1994 el Directorio y ritual para los ministros extraordinarios de la comunión", en el que se especifica muy bien que este ministerio es litúrgico, al servicio de la comunidad pero extraordinario; delimitando muy bien la concesión del ministerio, las actitudes personales de los candidatos, los cuales, deben recibir una formación específica al respecto; así como sus competencias: ayudar a distribuir la Comunión en la Santa Misa, llevar el pan de la Eucaristía a los enfermos, exponer y reservar el Santísimos sin dar la bendición e incluso –solo si fuese necesario– por encargo expreso del párroco, en conocimiento del Obispo, y siempre que no haya un lector o acólito instituido, dirigir una celebración dominical en ausencia de presbítero.
Es bastante frecuente en
nuestras iglesias cuando tiene lugar la celebración de un funeral escuchar al
término del mismo el anuncio del canto del "responso final". Como es
bien sabido, en el Misal Romano de 1969 no se contempla este rito, cuya
pervivencia se suele explicar como una "reliquia" de la llamada forma
extraordinaria del rito romano en el que estaría presuntamente prescrito. Puede
llegar a resultar sarcástico que ese resto de tal venerable liturgia se haya
conservado a través de melodías tan preconciliares como "Morir al lado de
mi amor" de Demis Roussos, o al son de un vals como pudiera ser "Yo
también quiero resucitar", que hasta podría resultar bailable. En efecto,
una notable herencia preconciliar.
Sin embargo, la realidad es que el mismo
término de "responso" no existe en la liturgia romana antigua. El
Misal Romano de San Pío V lo que prescribe es la "absolutio super tumulum" con el canto del Libera me Domine con sus preces, con la subsiguiente incensación y
aspersión del féretro el día del entierro y del catafalco el día del funeral,
que pretendía ser una suerte de representación "moral" del difunto
por quien se realizaban las honras fúnebres. En las misas cotidianas de
difuntos tal absolución resultaba potestativa. Quedaba prohibido por su parte
si el oficio celebrado no era el propio de la misa cotidiana de difuntos.
Realmente la costumbre de los
"responsos" tal como ha llegado a nosotros viene de una costumbre
extralitúrgica señalada por el manual toledano (pero que el ritual romano no
recoge). Se refiere a la procesión general en el día de la conmemoración de
todos los fieles difuntos. En tal procesión, cuyo itinerario se realizaba
alrededor de la iglesia, se cantaban cinco "responsorios" tomados del
I y II nocturno de maitines del officium
defunctorum. A saber, el Credo quod
redemptor, Memento mei, Ne recorderis, Qui Lazarum resucitasti, Libera me
Domine de viis*. Tales responsorios se cantaban haciendo parada a los kyries, momento en que se aspergía con
agua bendita tres veces el suelo. Esto llevó a que en las conducciones de
difuntos que resultaban largas, una vez entonado el Miserere, el preste rezase o cantase algunos de esos responsorios hasta
la llegada a la iglesia a petición de los presentes, si bien el ritual romano
lo que indicaba era que en tal circunstancia se entonasen los salmos de
maitines del oficio de difuntos. Una costumbre extralitúrgica que algunos
sacerdotes poco instruidos aprovechaban para introducirlos al final de la Misa,
fuesen tales Misas de difuntos o no para así sumar al precio del estipendio el
del responso cantado o rezado. Una costumbre que como tal estaba prohibida y
fue muy vituperada por los liturgistas de la época, y que por lo que se ve,
consiguió prolongarse hasta nuestros días.
Como curiosidad local, esos
cinco responsos de los que hemos hablado, en Galicia los sacerdotes los
llegaron a cantar con unos tonos propios, simplificados y breves que no
corresponden a la melodía gregoriana y que han llegado hasta nosotros
transmitidos por tradición oral.
D. José María Ripoll
* No es extraño
que el manual toledano prescriba tales responsorios tomados de las maitines del
día de difuntos debido a la estrecha relación que existía entre la Misa de
difuntos y el rezo de dicho oficio. De hecho, en la Misa de entierro estaba
prescrito que una vez introducido el cadáver en la iglesia, una vez cantado el subvenite, los clérigos presentes
cantasen asimismo las maitines del oficio de difuntos, o al menos el primer
nocturno del mismo, esto es, los primeros nueve salmos del oficio con sus
lecciones y responsorios.
Podemos decir que la "música litúrgica" es aquella compuesta y utilizada única y exclusivamente en la liturgia. Me centraré sobre todo en la celebración de la Eucaristía.
El Concilio Vaticano II nos recuerda en la Sacrosanctum Concilium que el canto sagrado constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne (cf. n. 112). Y el mismo Benedicto XVI, haciendo alusión a estas palabras, el 13 de septiembre de 2006, en la bendición de un nuevo órgano en Regensburg, matiza: Esto significa que la música y el canto son algo más que un embellecimiento —tal vez superfluo— del culto, pues forman parte de la actuación de la liturgia, más aún, son liturgia. Por tanto, una solemne música sacra con coro, órgano, orquesta y canto del pueblo no es una añadidura que enmarca y hace agradable la liturgia, sino un modo importante de participación activa en el acontecimiento cultual.
A la luz de estas palabras, y comprendiendo la importancia de la música litúrgica, podemos elaborar una síntesis de 5 puntos que identifican esta música destinada para la alabanza a Dios y la santificación de los hombres.
1. PRIMACÍA DEL TEXTO SOBRE LA MÚSICA.
La música está al servicio del "texto"- esto es importante, indica que debe haber música, al servicio del texto, pero debe haberla. Pero ¿qué decir de los textos? Solo pueden ser de dos clases:
a. Textos de la Sagrada Escritura
b. Textos de la liturgia misma que se celebra (tanto del ordinario de la celebración como del propio del día).
2. FORMAS MUSICALES AL SERVICIO DE LA LITURGIA.
La música debe estar adaptada a la Acción litúrgica. Incluir una forma de sonata, de ópera o de concierto no tendría sentido alguno, porque la liturgia tiene sus propias formas musicales (himnos, antífonas responsoriales, aclamaciones, etc.) para cada momento de la liturgia:
a.Ordinario: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei (textos invariables)
b. Proprio: Introitus, Salmo, Aleluya, Ofertorio, Comunión.
3. PRIMACÍA DE LA MELODÍA EN LAS COMPOSICIONES.
Esto beneficia a la primacía del texto y una mayor comprensión del mismo. Es la misma Palabra expresada en un discurso musical.
4. ASEQUIBLE.
Esta cuestión ha quedado más que zanjada a partir del Concilio Vaticano II. Un canto debe ser "asequible" en su tesitura melódica y en sus formas rítmicas para poder ser cantado por todos los fieles. Aunque también cabe destacar que NO toda la participación de los fieles se reduce al canto. También con la oración, con las respuestas, con los gestos, y en el silencio... se participa.
5. CLIMA ESPIRITUAL QUE NOS ELEVE AL MISTERIO QUE CELEBRAMOS.
Puede ser jubiloso, solemne... pero con medida y serenidad. Un canto litúrgico nunca debe llegar a la excitación de la asamblea.
La Iglesia es lo que nos pide. Y sí, es cierto que el gregoriano se postula como canto propio de la Iglesia ¿por qué? Porque contiene en sí todos estos aspectos. No lo juzguemos sólo desde nuestro tiempo, sino desde los 2000 años de historia y tradición que nos unen con las primeras iglesias. Lo maravilloso en este momento es poder trabajar para hacer música con estos principios sin desterrar la hermosa tradición que hemos heredado.
Esta entrada no es solo para los "entendidos en la materia", es decir, músicos, directores, coristas de coros polifónicos que intervienen esporádicamente en diferentes celebraciones, coros parroquiales, responsables de ministerios de alabanza, animadores de pequeñas comunidades, etc. Sino que también es para todas esas personas que por sus responsabilidades o ministerios se ven en la dificultad de elegir un canto o un repertorio completo para una celebración y a lo mejor no tienen una formación musical específica (catequistas, animadores, profesores de religión, religiosas, sacerdotes...).
Dicho esto, vemos que hay dos cuestiones fundamentales: la música y la liturgia. Obviamente lo más importante es la liturgia, la música debe estar al servicio de la misma. Por eso es indispensable que los que preparen una celebración no sólo sepan de liturgia, sino también algo sobre la música en la liturgia. Y para ello es necesario tener herramientas de trabajo que nos orienten en esta labor.
Antes de hacer algo hay que saber cómo hacerlo, no se nace aprendido. El Señor nos ha dado la inteligencia para utilizarla... así que antes de dar gloria a Dios en lo más sagrado que tenemos, la Eucaristía, es importante empaparse de la tradición que hemos heredado. Por qué debemos cantar una cosa u otra? por qué existen partes fijas? por qué no debemos sustituir los textos? cómo se deben interpretar?... todo esto no se consigue por ósmosis, sólo se alcanza profundizando un poco en la materia y no dejando nada a la improvisación.
Para todo aquel que desee profundizar en esta cuestión debe conocer la bibliografía fundamental que la Iglesia Universal (por medio del Concilio) y la Iglesia española (a través de su Secretariado de Liturgia de la Conferencia Episcopal) nos proponen. Son textos muy asequibles que se pueden trabajar solo o en grupo, es decir, no sólo el responsable, sino con los que coordina.
CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum Concilium, Capítulo VI, nn. 112-120.
SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA (CEE), Canto y música en la Celebración. Directorio litúrgico pastoral, Ed. Edice, 1992.
SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA (CEE), Canto y música en la liturgia. A los cuarenta años de la Intrucción Musicam Sacram, Ed. Edice, 2007.
Por otra parte, Antonio Alcalde, responsable musical del secretariado de liturgia ha escrito unos libros muy sencillos y muy útiles para el trabajo pastoral con directores, coros, músicos, animadores, etc. en los que podemos encontrar diferentes cuestiones:
- Canto y música litúrgica. Reflexiones, críticas, sugerencias, San Pablo, 1995.
- Pastoral del canto litúrgico, Sal Terrae, 1997.
- El Canto en la Misa. De una liturgia con cantos a una liturgia cantada, Sal Terrae, 2002.
Esto es sólo una mínima muestra de lo que existe. Si alguien desea más bibliografía la puede consultar en la pestaña "bibliografía".