Esta entrada está en continuidad con la anterior: Prioridades del canto litúrgico; y atendiendo al contenido del Plan Pastoral de este año: Celebremos con gozo la Palabra de Dios, con el cual se pretende resaltar la presencia de la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y motivar una serie importante de actitudes: proclamarla con dignidad, escucharla con atención, acogerla en el corazón, hacerla realidad en la vida de cada día...
Hoy sólo me detendré en una curiosidad sobre las aclamaciones a la Palabra de Dios durante la liturgia de la Palabra.
¿Cómo dignificar o solemnizar este momento de la celebración? Está claro que el canto del salmo responsorial, el aleluya (no en Cuaresma) o el diálogo del Evangelio (El Señor esté con vosotros...) son partes cantadas que no deben faltar en una liturgia solemne, cuidada y preparada. Sin embargo, las aclamaciones a cada una de las lecturas, por lo menos en lengua española, parece que han caído en desuso, hasta el punto que es extraño escucharlas (con la excepción del Evangelio).
Para la 1ª y 2ª lectura, sea del Antiguo o del Nuevo Testamento existe una sola aclamación:
Para finalizar el Evangelio el misal propone esta:
Estas aclamaciones son muy sencillas y pueden –a parte de solemnizar– favorecer la atención y la participación de la asamblea que celebra. Sin embargo, si nos remitimos a lo que hemos heredado de la tradición musical, especialmente del gregoriano, damos un salto muy cualitativo musicalmente hablando y, en consecuencia, también en sentido teológico-litúrgico. Veamos.
Existe una aclamación para la 1ª lectura, normalmente del Antiguo Testamento. Dos notas, un intervalo descendente (Do-Fa). Facilísimo de cantar porque la asamblea repite lo entonado: "Verbum Domini".
Otra distinta para la 2ª lectura (Nuevo Testamento). El paso del Antiguo al Nuevo Testamento se materializa con un intervalo descendente, pero ya no de quinta justa sino de tercera menor (Do-La).
De este modo, la liturgia de la Palabra es una "ascensión" (literalmente hablando en cuanto a la música) teniendo su cumbre en la aclamación al Evangelio. Por primera vez asciende la melodía (Do-Re-Do) a modo de anuncio: "Esta Palabra proclamada es Cristo Resucitado, Él es el camino de la salvación", a lo cual la asamblea responde con una aclamación ornamentada –expresando el gozo de la resurrección– y ya no con una sencilla repetición.
Así, cobra mayor sentido la imagen del ambón (mesa de la Palabra) como "supulcro". Sentados escuchamos la palabra. En la aclamación de la 1ª lectura la melodía desciende a lo profundo. Nosotros respondemos a la Palabra de Dios cantando el Salmo responsorial. En la 2ª lectura la melodía no desciende tanto, porque una luz se acerca... nos hablan de Cristo. Pero es en el canto del Aleluya cuando nosotros nos ponemos en pie para cantar a viva voz: "Aleluya, aleluya, aleluya... Cristo ha resucitado" y atentos escuchamos al mismo Cristo que nos dirige su palabra, allí, en aquel lugar... al pie del sepulcro... que ahora está vacío porque Él ha resucitado.
El gregoriano nace de la experiencia de Dios... no hay duda.
El gregoriano nace de la experiencia de Dios... no hay duda.
Alabad al Señor que la música es buena. (Sal 146).
Oscar Valado
Roma, 19 de abril de 2013