
Esta noticia debe llenarnos de alegría porque con esta intervención no solo se contribuye a poner en valor nuestro patrimonio cultural (musical), sino que se apunta hacia más arriba, hacia un sentido teológico y litúrgico... poniendo en práctica el expreso deseo del Concilio Vaticano II:
"Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales" (Sacrosanctum Concilium, 120).
El órgano es una mediación entre el hombre y Dios, así nos lo ha recordado hace pocos años el Papa Benedicto XVI:
"El órgano, desde siempre y con razón, se considera el rey de los instrumentos musicales, porque recoge todos los sonidos de la creación y da resonancia a la plenitud de los sentimientos humanos, desde la alegría a la tristeza, desde la alabanza a la lamentación. Además, trascendiendo la esfera meramente humana, como toda música de calidad, remite a lo divino. La gran variedad de los timbres del órgano, desde el piano hasta el fortísimo impetuoso, lo convierte en un instrumento superior a todos los demás. Es capaz de dar resonancia a todos los ámbitos de la existencia humana. Las múltiples posibilidades del órgano nos recuerdan, de algún modo, la inmensidad y la magnificencia de Dios" (Benedicto XVI - Ratisbona, 13 de septiembre de 2006).
La restauración del órgano de la Catedral también puede ser un estímulo para cuidar y valorar lo que hemos heredado de nuestros predecesores. La tradición musical se ha mantenido viva en la Iglesia durante siglos, ahora nos toca a nosotros pasar el testigo.
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