Si hace algunos años (bastantes) me preguntasen: ¿Qué hacen
115 personas en fila y cantando? mi respuesta, sin duda, sería: “bailar la
conga”. Y si en ese momento me bombardeasen a través de la televisión, la
prensa y las redes sociales con imágenes de un grupo de señores vestidos de
rojo que van de un sitio a otro en fila india cantando en una lengua extraña
para que al final, otro señor, mientras cierra una puerta enorme de madera diga:
“¡extra omnes!”… creo que afirmaría
como el fornido Obelix: “¡están locos estos romanos!”.
¿Cuántas personas miran con ilusión, esperanza y fe este
momento histórico? Muchísimas. Pero ¿cuántas lo ven con escepticismo,
desconocimiento o sencillamente indiferencia? No me atrevería a responder, pero
ojalá fuesen menos.
Nos toca vivir un momento histórico dentro de la Iglesia
Católica. Y, curiosamente, los medios se hacen eco de ello diariamente (unos
con mayor fortuna que otros). Muchas personas no comparten todo este bombardeo
mediático (están en su legítimo derecho); pero más de 1.200 millones de
católicos (también en su respectivo derecho) han contemplado con emoción en la
tarde de ayer el ingreso en la capilla Sixtina de los 115 cardenales,
representantes de las iglesias de los cinco continentes, que tendrán la
responsabilidad de elegir al nuevo Papa.
¿Cuántas veces lo importante queda nublado por lo
anecdótico? Alguno ha podido ver en el inicio del cónclave una “conga”
anacrónica, extraña y misteriosa en la que participaban numerosos señores
vestidos de rojo; pero también puede dejar a un lado los prejuicios –para dar
un paso más– e intentar comprender qué es lo que han experimentando millones de
creyentes al ver entrar a los cardenales procesionalmente en la capilla Sixtina.
En este sentido, los creyentes, como si de la “toma de la
Sixtina” se tratase, han acompañado a todos y cada uno de los cardenales
electores. Unidos por una misma fe en Dios Uno y Trino permanecen junto a ellos
a través de la oración, pero no como algo mágico, sino como algo sobrenatural.
Desde esta fe, toda la Iglesia –Cuerpo vivo, como expresó
Benedicto XVI en su última audiencia– han visto cómo 115 pastores, con sus
defectos y sus virtudes, han ingresado en la capilla más famosa del mundo (por
los menos durante estos días) para “dejar hacer” al Padre, único protagonista
de la historia. Procesionalmente han invocado a los santos para que estos
intercedan ante el Hijo, único protagonista de la historia. Y juntos han
entonado el Veni creator Spiritus (Ven,
Espíritu creador) para que sea Él, y no otro, el protagonista de la historia.
Un católico ve el cónclave desde esta perspectiva: más allá
de lo meramente mediático, más allá de las conspiraciones, más allá de las
cábalas, más allá de los “preferiti”,
más allá de las profecías de Nostradamus o Malaquías, más allá… ¡esto es! desde
la fe se puede ver “más allá”, con una visión sobrenatural, porque el Espíritu
Santo actúa a través de la elección de unos cardenales y configura a uno de
ellos, sólo a uno, como sucesor de Pedro, obispo de Roma, principio de unidad
de toda la Iglesia, pastor supremo... Sí, todo esto, pero no por sus méritos (aunque
sean muchos o pocos, siempre serán insuficientes) sino por la gracia del
Espíritu Santo.
A la luz de estos renglones uno puede pensar: “ya están los
curas hablando de cosas de curas”; y en cierto modo es así porque el tema en
cuestión lo requiere. Pero no escribo para “convencidos”, escribo para todo
aquel que quiera leer y no tenga miedo a descubrir lo que otros puedan pensar o
creer; sin enfrentamientos, desde el sano diálogo, desde el dejarse sorprender.
Hoy son muchos los ojos que están puestos en esa pequeña
capilla… unos ven una conga –como yo en su día–, otros ven un cónclave. ¿Conga
o cónclave? Yo, hoy, digo cónclave.
Oscar Valado
Roma, 13 de marzo de 2013
Que viva el Papa Francisco I!!!!!!!!!
ResponderEliminarque VIVA!
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