Prefacio Domingo de Pascua




Después de haber comentado todos los prefacios de Cuaresma hemos creído conveniente que esta colaboración entre dos buenos amigos (Corazón Eucarístico de Jesús y El Ciento por Uno) culminase con el prefacio del Domingo de Pascua, de este modo pondremos el broche final a una larga preparación para acoger el gran Misterio de la vida cristiana. Tras celebrar la pasión y la muerte del Señor alegrémonos ahora con su gozosa resurrección.

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor,
pero más que nunca en esta noche [este día] [este tiempo]
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.

Porque él es el verdadero Cordero,
que quitó el pecado del mundo,
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria.

Es de justicia reconocer la obra de Dios y proclamar su amor, su grandeza y su bondad. Es de justicia, y a la vez, es necesario, para que no caigamos nunca en la ingratitud o en la infidelidad al Señor.

Es deber de la Iglesia Esposa cantar la gloria del Señor, y en alabar al Señor, reconocerle y cantarle, radica nuestra salvación, que es quererle y amarle. El prefacio nos ayuda a volcar nuestro amor en la alabanza.

El tono de la Pascua es el de la glorificación. Si siempre hay que glorificar al Señor, más que nunca en esta noche [en la noche de Pascua], en este día [día de Pascua y cada día de la Octava] o en este tiempo [la cincuentena pascual], viendo al Señor que está vivo. Glorificar implica un talante jubiloso, un canto vibrante, el alma que se llena de gozo y exulta y grita y canta, llena de amor.

Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, una inmolación por amor, para alcanzarnos gratuitamente para nosotros, la salvación anhelada. ¡Cristo es nuestra Pascua! En este ofrecimiento pascual del Señor, su perfecta inmolación, estamos asociados por la Eucaristía: celebremos la Pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad, vivamos en la verdad y en la luz pascual.

Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, prefigurado en el Cordero pascual del Éxodo cuya sangre salvó al pueblo de Israel del ángel de la muerte. Él, el Cordero señalado por Juan que carga con nuestros pecados y quedan destruidos en la cruz. Es el admirable intercambio por el cual cantamos: ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!

Muriendo destruyó nuestra muerte, pues la muerte mordió la carne del Hijo y encontró en ella el veneno de la divinidad. Mató la muerte, muerte la muerte nos ofreció la vida. La terrible muerte, la aniquilación, todas nuestras muertes, han sido destruidas por la muerte del Hijo y su descenso al lugar de las tinieblas. La muerte ha sido absorbida por la victoria.

Resucitando restauró la vida, la vida verdadera, original, proyectada por Dios y ofrecida gratuitamente a quien coma del árbol de la vida, la cruz y su precioso fruto. La vida es posible, el tiempo de la vida y de la Gracia ha sido abierto por la potencia de la Resurrección de Cristo. No estamos hechos para la muerte, sino para la Vida que ofrece Cristo y que se puede vivir ya. Si hemos resucitado con Cristo, busquemos los bienes de allá arriba donde está Cristo.

La efusión de gozo pascual se desborda en el canto y la alabanza. Y es que es propio del alma católica vivir en constante efusión de gozo, lejos de toda tristeza, anclados en la esperanza. Efusión de gozo pascual que afina el alma para cantar dignamente el Aleluya, para vivir en la alegría de los cincuenta días de fiesta pascual.

El mundo entero, por la resurrección de Cristo, se desborda de alegría, ha comenzado un mundo nuevo. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, pues la creación ha sido bañada de la luz pascual, un cielo nuevo y una nueva tierra han quedado inaugurados. Todo es nuevo. El mundo canta jubiloso el cántico de los redimidos. Aleluya.

A la alegría de la Iglesia, y al mundo desbordante de alegría se une el cielo, los ángeles, los arcángeles, los Santos y la Virgen María, la Reina del cielo que se alegra; a una voz el cielo y la tierra, la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial, cantan la gloria del Señor, su santidad, admirada por la obra de la Pascua.

Como viene siendo habitual incluimos el prefacio musicalizado según la versión del Misal Romano. 



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