“Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros” (Lc 22,15)
1. JUEVES SANTO
El Jueves Santo es el pórtico del Triduo Pascual. Por la mañana se celebra la Misa Crismal, aunque en la Archidiócesis de Santiago de Compostela se traslada al martes santo por motivos pastorales. Por la tarde, tal y como se indica en el Misal Romano, da comienzo el Triduo Pascual, reuniéndonos para recordar y celebrar la última cena de Jesús con sus discípulos. Su último encuentro con ellos antes de la pasión. Un encuentro que quiere resumir el sentido de todo lo que está a punto de ocurrir: su entrega hasta la muerte; y en el que recordamos: 1) la institución de la Eucaristía; 2) el Sacramento del orden; 3) el mandato del Señor sobre la Caridad fraterna.
El Jueves Santo debemos comenzar nuestra celebración con el sagrario vacío y con un canto de entrada apropiado al misterio que celebramos, donde se ponga de relieve la entrega de Jesús hasta la muerte. Este día se canta el Gloria y, mientras, se pueden tañer las campanas, que no volverán a sonar hasta la Solemne Vigilia Pascual. Existe una antigua tradición que después del Gloria el organista cerraba la consola del órgano y este no volvía a sonar hasta el Gloria de la Vigilia Pascual.
En la liturgia de la Palabra se nos hará revivir los acontecimientos del cenáculo: la 1ª lectura (Éxodo) versa sobre la pascua judía; el salmo responsorial (Sal 115): "El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo"; La 2ª lectura (Corintios) sobre la institución de la Eucaristía; y el Evangelio (Juan) nos narra el pasaje del lavatorio de los pies a los discípulos. Después de la homilía, en consonancia con el texto evangélico proclamado se puede realizar el "lavatorio de los pies" mientras se canta una antífona adecuada: "Os doy un mandato nuevo". Este gesto simboliza la llamada de Jesús a poner la vida al servicio de los demás. Prosigue la liturgia eucarística, y es el único caso en el que el Misal Romano conserva la antífona de ofertorio: "Ubi caritas" (Donde hay caridad y amor).
La misa sigue como de costumbre, pero con el conocimiento de que conmemoramos el aniversario de la institución de la Eucaristía: "haced esto en conmemoración mía". A continuación de la oración de poscomunión, se inciensa el Santísimo que permanece sobre el altar y, seguidamente, se traslada al lugar de la reserva cantando el "Pange lingua" (Que la lengua humana); una vez allí se vuelve a incensar mientras se canta el "Tamtum ergo" (Adorad postrados). El sacerdote se retira en silencio.
La hora santa. En esta noche la Iglesia anima a los fieles a acompañar al Señor en oración. Jesús fue con sus discípulos al huerto de Getsemaní para orar, esperando la hora que viniesen a prenderlo. En ese momento de agonía pronunció estas palabras: "Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". En este momento trágico sus discípulos se quedaron dormidos... hoy, nosotros, discípulos de Cristo, tenemos la ocasión de acompañar al Señor durante la tradicional Hora santa. ¡Permanezcamos junto a Él!
2. VIERNES SANTO
El día de Viernes Santo no se celebra la Eucaristía, todo gira entorno a la Palabra y a la adoración de la Cruz. El mismo silencio con el que nos despedíamos la liturgia del Jueves Santo lo encontramos al inicio de la celebración de la Pasión del Señor, momento en el que todos nos arrodillamos mientras el sacerdote se postra en el suelo frente a un altar completamente desnudo.
En la Liturgia de la Palabra escucharemos una profecía de Isaías (1ª lectura) sobre el Siervo de Dios que se rebaja hasta la muerte. Responderemos con el Salmo 30: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". En la 2ª lectura (Hebreos) se nos presenta a Cristo como autor de salvación eterna. El Evangelio es el relato de la Pasión según san Juan. Después de la homilía se hace la "Oración universal": ante la muerte de Cristo elevamos nuestra oración solemne a Dios Padre. Se trata de diez peticiones seguidas, cada una de ellas, de una oración.
Una segunda parte de la celebración se centra en la adoración de la santa Cruz. El misal propone dos formas de realizarla, pero en ambas la cruz debe estar descubierta y poco a poco se desnuda mientras se canta tres veces: "Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo", a lo cual se responde: "Venid a adorarlo". En el momento de la adoración el misal propone la antífona "Tu cruz adoramos", los "Improperios" y el himno "Oh cruz fiel..".
Por último, se pone un mantel sobre el altar desnudo y el sacerdote traslada el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva hasta el altar en silencio y da comienzo el rito de la comunión con el rezo del Padre nuestro y, omitiendo el rito de la paz, se distribuye el cuerpo de Cristo. En el día de Viernes Santo no hay bendición pero sí una oración sobre el pueblo. La celebración finaliza en silencio y se desnuda nuevamente el altar dejando solamente la Cruz.
3. SÁBADO SANTO
Durante este día la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, y se abstiene del sacrificio de la Misa, quedando por ello el altar desnudo hasta la celebración de la Pascua.
4. DOMINGO DE PASCUA
Vigilia pascual. Es la noche de la gran fiesta del año y debe notarse en todo: no puede haber más flores en una boda que en esta noche, no podemos cantar más en unas comuniones que en esta vigilia, no puede haber más incienso en un funeral que en el día en el que se da sentido a nuestra fe. En esta noche santa encendemos el fuego que rompe la oscuridad y da paso a la luz de Jesucristo que nosotros seguimos y tomamos luz de su luz. Escuchamos el pregón pascual que anuncia la Pascua. A continuación, serenamente, se escucha la palabra de Dios, que en este día hace un recorrido por la historia de salvación. Entre las lecturas del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento se entona el gloria mientras se tañen las campanas, se ilumina la iglesia y se encienden las velas del altar; como si la luz irrumpiese definitivamente en la oscuridad de la noche, porque Cristo ha irrumpido así en la historia y el Gloria nos recuerda ese misterio de la encarnación. Después de este momento se proclama la epístola de san Pablo y, a continuación, se entona el esperado Aleluya pascual antes de proclamar el Evangelio: "No está aquí, ha resucitado". El ambón, esta noche más que nunca, simboliza el sepulcro vacío, por eso, junto a él debe llamear con viveza el cirio pascual, porque es Cristo resucitado. Prosigue una breve homilía.
El siguiente rito es la liturgia bautismal en la que se invoca a los santos con las letanías, se bendice el agua y se renuevan las promesas bautismales en lugar del Credo. En esta noche, la oración de los fieles deben hacerla los recién bautizados (si son adultos).
A partir de aquí el sacerdote se dirige al altar y comienza la liturgia eucarística en la forma habitual; sin embargo, en el día de hoy esta eucaristía tiene para nosotros un valor y una riqueza añadida, porque es la que da sentido a todas nuestras celebraciones dominicales. Al final, se despide a la asamblea con el doble aleluya: "Podéis ir en paz, aleluya, aleluya", al cual la asamblea responde: "Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya".
Domingo de resurrección. Aunque la gran fiesta es la vigilia, y en ella encontramos la riqueza de los símbolos pascuales, el domingo de Pascua es la continuación de la fiesta de la resurrección y se prolongará cincuenta días. Aunque no podemos olvidar que esta fiesta continúa cada domingo: "Acuérdate de tu Iglesia extendida por toda la tierra y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal".
Oscar Valado
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